Charris
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Serio ludere: Charris y Lejarraga, dos asnos que ven

2013

Fernández-Galiano, Luis

‘Piel de asno’ finge referirse a la ficción de la apariencia. Sin embargo, la teatral exposición del pintor Ángel Mateo Charris y el arquitecto Martín Lejarraga explora más bien la seriedad del juego. Los cuatro lemas en inglés que se recortan con tipografía de máquina de escribir en los muros oscuros de una de las salas —dignos todos de camisetas serigrafiadas— jalonan su empeño creativo: el ‘fast is faster’ de Nike y el ‘riding the endless wave’ de los fanáticos del surf (donde también hay una cita emboscada del único arquitecto que aparece por duplicado en los biombos escenográficos de la sala opuesta) subrayan su ambición exigente; el ‘no pressure no diamonds’ del historiador y crítico social británico Thomas Carlyle y el ‘art is work’ del diseñador gráfico estadounidense Milton Glaser ponen énfasis en la tenacidad del esfuerzo. Otro de los arquitectos representados en los paneles modulares del decorado, Le Corbusier, escribió en lo que suele conocerse como su testamento escrito, ‘Mise au point’, redactado un mes antes de su muerte en el Mediterráneo: «La única atmósfera para una creación artística es la regularidad, la modestia, la continuidad, la perseverancia». Los arquitectos, decía, «somos como asnos dando vueltas a la noria. ¡Pero asnos que ven!» Charris y Lejarraga son dos de esos asnos.

El pintor y el arquitecto levantan un teatro de juguete; pero los suyos son juegos serios. La figuración más pop que metafísica de Charris y la imaginación rigurosa de Lejarraga componen un escenario mágico que remite por un lado a la agitación lírica y lúdica de las vanguardias —desde los figurines geométricos del ballet de Oskar Schlemmer hasta el activismo pedagógico de La Barraca de Federico García Lorca—, y por otro a la crítica social contemporánea del starsystem artístico y arquitectónico, como la que expresan las instalaciones del cubano Carlos Garaicoa. Los actores de ‘Piel de asno’, con su máscara cilíndrica de cabezudo en versión Bauhaus, se identifican por un ojo colosal enmarcado en un círculo que es una cita de Dziga Vertov, y a la vez una irónica referencia a figuras actuales cuyos rostros son más populares que sus obras. Sin embargo, la causticidad del empeño se diluye en una atmósfera amable de poesía y juego, que se expresa de la forma más liviana en la sala intermedia, donde las ondas enredadas y luminosas de Hockney evocan a la vez las madejas caligráficas de un arquitecto-pintor, Juan Navarro Baldeweg, y los trazos musicales de aquel Papageno deslumbrante que fue Enric Miralles.

Los juegos de Charris y Lejarraga, estos dos asnos que ven, remiten sin duda a metamorfosis epidérmicas, y el cuento de Perrault les sirve como imagen de una belleza que se oculta tras el ropaje humilde de una piel sin pedigree, invitándonos a buscar rosas en el cieno. Siendo ello cierto, algunos estaríamos tentados de verlos más bien como émulos de Lucio, el joven transformado en asno por sus aficiones mágicas en la novela clásica de Apuleyo, y cuyo periplo picaresco reúne la sátira costumbrista con la poesía de la fábula de Eros y Psique: otro asno que ve y nos hace partícipes de su mirada inquisitiva, lírica y festiva. Perrault y Apuleyo usan ambos el asno como representación de la vida subalterna: sea disfraz deliberado o metamorfosis azarosa, la imagen del modesto pollino hace pasar inadvertido o menospreciado, pero es precisamente en su condición subordinada y mínima donde reside su fuerza evocadora. Juan Ramón Jiménez dedicó su elegía andaluza de un burro de plata «a la memoria de Aguedilla, la pobre loca de la calle del Sol que me mandaba moras y claveles», y quiero imaginarme a estos dos asnos que juegan y que ven redactando una dedicatoria semejante a alguno de los personajes indelebles que aparecen en los grandes libros minúsculos de Martín Lejarraga para La Naval.

El poeta de Moguer cita a Novalis («Dondequiera que haya niños existe una edad de oro»), en una ‘Advertencia a los hombres que lean este libro para niños’. El teatro de juguete del pintor y el arquitecto merece la pupila transparente del niño y el asno: es un juego serio de adultos que sólo adquiere condición poética cuando la mirada infantil descubre el burro luminoso de plata bajo la piel oscura del asno de oro. El mismo Carlyle citado antes aseguraba que «if you look deep enough you will see the music», y si observamos atentamente ‘Piel de asno’ escucharemos sin duda la música callada que anima esta muestra teatral.

 

© Luis Fernández-Galiano