Charris
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Una Canadá charrisiana

26.03.2023

Ángel Mateo Charris: «Hay que salir por peteneras de vez en cuando y dormir en el vientre de la ballena»

«Ahora me apetece viajar menos. O igual es que he aprendido que el barrio de al lado es igual de fascinante que aquel otro barrio de las antípodas»

–Un recuerdo de su infancia.

–Un sonido y un sabor. Me despierto de la siesta una de esas tardes de invierno en las que el sol entra muy rasante en el comedor. Mi madre me acurruca contra su pecho y escucho, medio adormilado, su voz resonando amortiguada en su caja torácica. En aquellos tiempos el biberón era solo una tetina de goma o de caucho acoplada a un vaso. Con una aguja de hacer punto, un 'molde', calentado al fuego, se hacía el agujero al caucho la primera vez y el sabor a plástico quemado perduraba un tiempo. Desagradable pero persistente. La memoria tiene esa cosa absurdamente selectiva, en la que permanecen cosas tontas e igual se pierden otras más importantes. Por otro lado, vivo en la misma casa y barrio donde nací y pienso que eso me hace verlo todo como un continuo. No veo a la infancia como ese territorio perdido y mítico que es para algunos. Está en las calles que piso cada día de camino a mi estudio.

–¿Tomó las mejores decisiones?

–A estas alturas creo que no hay decisiones equivocadas. Pasa lo que tiene que pasar, así que igual sería mejor ahorrarnos la angustia de la duda y dejar de sopesar tanto. Aunque igual aquí hay que tomar otra decisión, entre Alan Watts y los orientales –'No pienses, actúa'– o Zizek –'No actúes, piensa'–. Ya le digo, lo que hagas será lo que tenías que hacer.

–¿Algo a lo que renunciar?

–No hay que renunciar a nada, pero tampoco hace falta desearlo todo. Me voy a poner bastante estoico: a lo mejor solo hace falta saber qué es lo importante, hacer una lista y luego dejarla a la mitad. Puede que las cosas a las que creías que estabas renunciando nunca las deseaste de verdad. Conviene, antes de comprar algo en una tienda 'online', por ejemplo, algo que quieres y necesitas y sin lo que no puedes pasar en ese momento, ponerlo en la lista de deseos y revisarla una semana después. Ahí ves cómo se desinflan los suflés y se pinchan las ruedas de los carritos de la compra.

–Es vegetariano.

–Desde hace unos años, sí, aunque no especialmente talibán. Y me gusta mucho comer y tengo la suerte de que me gusta todo. Pero nunca lo he visto como una renuncia sino como una conquista. Ver esas inmensas cartas de restaurante me agobia un poco. Ahora solo tengo que elegir entre unas pocas líneas y eso me produce cierta satisfacción.

–¿Cómo es su estilo?

–Durante muchos años intenté no tener estilo. Pintar de una manera lo más neutra posible los collages visuales que se me ocurrían, con una figuración que podía ser tanto de pintor como de ilustrador o de dibujante técnico o publicitario. Hasta que esa manera acabó viéndose como estilo, como una marca reconocible. ¿No es eso a lo que aspira todo artista?, ¿lo que prefiere el mercado, los galeristas, la leyenda? Puede ser, pero hay un momento en que acaba siendo un corsé, un camino con anteojeras, una carretera asfaltada. Y es mucho más divertido ir campo a través. Me gusta esa cita de Frank Lloyd Wright, al principio de su biografía, en la que habla de que la mejor manera de ir de un punto a otro nunca es la línea recta. Así que hay que salir por peteneras de vez en cuando, atravesar el umbral y dormir en el vientre de la ballena. Puede que al volver tengas algo que contar.

–¿Cómo elige los mundos temáticos que luego lleva a sus obras? 

–No sé si tú eliges los mundos que pintas o ellos te escogen a ti. O te atrapan cuando menos te lo esperas después de haberse ido incubando lentamente, a traición. Durante unos años de mi infancia tuve unos finales de invierno y unas primaveras complicadas entre asmas, ruidillos en los pulmones y ausencias escolares. Tras muchas visitas a ilustres especialistas de la ciudad, que no sirvieron de mucho, mi madre me llevó a un curandero que, desde el fondo de un autobús, le dijo que me llevara a un especialista de una cosa que se llamaba alergia. En aquella época solo había un especialista en la Región, en Murcia, así que allí empezó a solucionarse la cosa. Así de antediluviano se ve mi pasado. Pero en esas convalecencias me atiborré a historietas de la colección 'Dumbo', en la que Carl Barks recreó un fantástico universo llamado Patoburgo para Disney. Y mi tío me regaló cuatro tomos de una colección de 'Selecciones del Reader's Digest'. Era de temas variados y tengo la teoría de que allí está el germen de todo lo que he hecho en estos años, de todos los mundo que he revisitado: África, las exploraciones, la nieve, Machu Pichu, Angkor Watt, los mares del Sur, Norteamérica, los artistas, la arqueología y las visiones del futuro. Luego vinieron lecturas menos bastardas, cine, el gran arte, pero ya todo estaba allí plantado, como una pequeña picadura que inocula un virus incurable.

–Los viajes.

–También salen de aquellas lecturas, también de la televisión de los sesenta y setenta. De aquella inmovilidad supongo, como esos juguetes que tras hacer un poco de retroceso para forzar el muelle salían pitando a toda leche. He necesitado viajar, no sé si mucho pero lo suficiente, sin dinero y con dinero, pudiendo y sin poder, para ver si todo era tan fascinante como me lo parecía. A veces no era como lo esperaba, pero siempre estuvo bien. Ahora me apetece viajar menos. O igual es que he aprendido que el barrio de al lado es igual de fascinante que aquel otro barrio de las antípodas.

Los amigos

«Ahora se sabe que son esenciales para la buena salud y tan parte de la dieta mediterránea como el aceite de oliva»

–Sus amigos.

–Los amigos te habitan como esa fauna macrobiótica que nos acompaña y que nos convierte en una especie de universo. No serías lo mismo sin ellos, seguro que tendríamos otra cara y otro cuerpo, son como una genética adoptada y acaban formando parte de tus decisiones, tus aficiones, tus ideas políticas y tus gustos, por mucho que creas que son solo tuyos. Conservo algunos de mi infancia, otros del instituto, de la facultad, por años y años. Y los hay nuevos. Y siguen ahí los que lo fueron tiempo atrás, los que se fueron. Ahora se sabe que son esenciales para la buena salud y tan parte de la dieta mediterránea como el aceite de oliva.

–¿El tiempo vuela?

–Los años pasan, y mejor que así sea. Demasiado rápido a veces, pero supongo que no es mala señal. Lo peor sería que se te hiciera largo. Y con los años vienen deterioros poco deseables, pero también cambian las expectativas, los ritmos, te interesan otras cosas. No veo nada mal lo de llegar a viejo, puede ser una aventura tan apasionante como cualquier otra.

–Las nuevas tecnologías.

–Tienen su lado apasionante, como siempre, pero traen su cajita de Pandora incluida. Y parece que solo se nos ocurren cosas terriblemente complicadas: las criptomonedas, la Inteligencia artificial, la nube, el 'streaming', los viajes rapidísimos y a cascoporro, cosas que siempre implican un gasto absurdo y sin sentido de energía que de momento es bastante sucia y nos acerca irremediablemente al precipicio en esta procesión de 'lemmings' que nos estamos marcando. Igual solo son la codicia y el mercado desaforado lo que lo descontrolan todo, incluidas nuestras buenas ideas, pero deberíamos hacérnoslo ver como especie. Igual en una de estas nuevas oleadas de ovnis nos llega algún buen psicólogo intergaláctico. Pero las tecnologías solo son herramientas, tanto sea un martillo o los programas de inteligencia artificial; con el primero puedes matar a alguien o esculpir el David, con los otros puedes hacer imbecilidades y hacer parecer que eres un creador, o crear alguna genialidad si cae en las manos adecuadas.

–El ciudadano Charris

–Hay tiempo para todo, también para esa parte de vivir en sociedad. Para cabrearte con las cosas y jugar a cambiar el mundo en los bares, para intentar que sean como tú las ves, en mi caso más naturales y menos complicadas, menos absurdas y más tolerantes, con menos mal rollo y más igualitarias, menos uniformizadas y más libres, menos en blanco y negro y más en todos los colores de la gama pantone, también los grises y los pasteles, eso sí, con menos brillantes y metalizados.

–Cartagena, su ciudad.

–El amor es ciego, ya se sabe. Te hace que no veas que a veces paseas por calles que parecen haber pasado una guerra reciente, que estás en Kabul o en un Palermo menos literario. Y otras te maravillas en las calles de al lado y solo ves la energía de sus creadores, sus andares mediterráneos y el ritmo pausado de la periferia. Hay épocas que tiene suerte y otras que se pega un tiro en el pie, y nunca sabes bien qué es lo siguiente que te toca, pero está bien así. Para el amor no hay peor cosa que intentar cambiar a la otra parte.

Tenerlo claro

«Que no cuenten conmigo para abrir un plazo fijo o invertir en Bolsa, ni para firmar en contra de una mezquita o de un centro de desintoxicación»

–¿Es de los que se pone retos?

–Lo de estar poniéndose metas y retos todo el tiempo tiene mucho de lógica neoliberal y de autoayuda, de cuenta de objetivos y resultados, que no me gusta. Tengo bastante con exhalar después de inhalar. Y vuelta a empezar.

Lista electoral

–¿Para qué no se puede contar con usted?

–Que no cuenten conmigo para abrir un plazo fijo o invertir en Bolsa, ni para firmar en contra de una mezquita o de un centro de desintoxicación, ni para formar parte de una lista electoral, ni para entrar en una asociación de artistas o asamblea, ni para conspirar contra nadie, ni para mandar en alguien, ni para decir nunca jamás.

–La Mar de Músicas.

–Está totalmente unida a mi trayectoria, también a mi vida personal, como participante, como amigo y como espectador. Mi amigo Paco Martín [fallecido en 2018] me encargó la imagen gráfica, junto a Gerardo Beniger, otro amigo, de los primeros años del festival. Incluido el logotipo, que pervive hasta hoy. Viajé con todo su equipo a Mali en el año 2001 para preparar la exposición de ese año, 'Tubabus en Tongorongo', de la que hice una 'preview' que me sirvió para inaugurar mi nuevo estudio con una fiesta, para mí memorable, en la que se presentó hasta Salif Keita. Después he colaborado muchas veces con ellos en otras exposiciones, organizadas por José Luis Cegarra [actual director del festival], o Nacho [Ruiz] y Carolina [Parra], de la galería T20. La filosofía del festival no puede estar más en sintonía con mi concepción del arte, con su mezcla de culturas y su intención de convertir el lugar en el que vivo en un puerto de llegada de sonidos y expresiones de otras partes del mundo, así que fue una suerte para mí que todo se conjugara para que haya sido posible poder vivirlo durante tantos veranos.

Una Canadá 'charrisiana'

«Me ha encantado recibir este encargo y que sea Canadá el país de esta edición», dice Charris a propósito de su cartel para La Mar de Músicas. «Muchos saben de mi interés por los paisajes nevados y también por América del Norte, así que», explica, «no ha sido demasiado complicado meterme en el cartel de este año». El artista indica que ha partido «de fotografías de mis viajes», así que «he subido en la avioneta que se ve en la imagen y he pasado el frío que se respira en él. También he vivido esa luz. Aunque el paisaje sea un lugar inventado, una mezcla de varios, una Canadá 'charrisiana'». Eso es: «Un lugar lejano, al que también llega la música, o de donde sale, con esos trastos transportados entre los que se adivina una funda de contrabajo y una caja de batería». También, informa, ha aprovechado «para homenajear a dos de mis artistas canadienses favoritos: Lawren Harris, un pintor del Grupo de los Siete, de alrededor de los años 20 o 30, y Seth, Gregory Gallant, un maravilloso dibujante de cómic y creador de un mundo muy personal». «Supongo», precisa, que «algo tendrán que ver también las tramas triangulares del cielo con esa cúpula geodésica que Buckminster Fuller diseñó para la Expo de Montreal del 67, que pude ver cuando estuve por allí exponiendo hace unos años. La tipografía y el diseño gráfico es cosa de Pepo Devesa, que creo que ha hecho un trabajo estupendo». El cartel de 2022, siendo República Dominicana el país invitado a La Mar de Músicas, lo firmó otro cartagenero, el fotógrafo Juan Manuel Díaz Burgos.

Fuente: La Verdad