Un paseo por el universo Charris
28.10.2023
'FUTURAMA', la exposición del pintor cartagenero en la Sala Verónicas de Murcia, nos invita a escuchar el recuerto, en él se conserva la esendia de pasado. ¿Podemos oír el futuro?
Todavía no sé qué me van a decir estos cuadros de Charris, hace muy poco vi los que tienen por tema Cabo de Palos, sobre todo Cala Flores. En principio diré que encuentro un juego de títulos y cuadros, que quieren contarnos diferentes historias, aunque todas vienen a coincidir en ese mostrar algo que los noticiarios han convertido en una cansina letanía: el cambio climático, el fin de esta manera de vivir, para lo que acostumbramos a poner parches, que luego no son suficientes para nuestro Mar Menor, para Cala Reona, para La Manga... Dice Charris que «el artista lo ha usado para presentarnos esta colección de postales de posibles futuros, de profecías inciertas, presentimientos, a veces contradictorias entre sí, una trenza hecha con distopías, utopías, ironía, melancolía y, sobre todo, extrañeza».
Luego, agrega que olvidemos todo lo dicho y, que cada uno vea lo que le aparece. Imagino que para el planeta tampoco debe ser un plato de gusto el desayunarse diariamente miles de bombas, cohetes, misiles, cañonazos, en fin, esos medios que las guerras mantienen. Nunca se hace referencia a que tipo de polución es el suyo. A veces, me pregunto, si se trata de medio ambiente o también de mal humor, sobre todo cuando miles de manifestantes queman esta o aquella bandera, porque alguien tiene que ser el culpable, porque realmente la gente en uno u otro bando muere, muere de verdad, destrozada, quemada, golpeada, sin hospital, sin médicos y medicinas, sin luz y sin agua.
Cuando entro en la exposición observo que hay varias maneras de colocar un cuadro. Los hay como un conducto de gas o petróleo que ocupa parte de este templo desacralizado. Quizá sea interesante referirse a este espacio en sí, cuya historia y uso durante siglos seguro que contribuye a comprender mejor el porqué están aquí. Hay otros expuestos en columna, como uno de esos expositores callejeros que muestran los espectáculos que la ciudad ofrece al ciudadano, así que no nos extrañe que pensemos en carteles, no porque dejen de ser cuadros, sino porque el cartel tiene otra relación con el espectador, equivale a un ¡síganme!, porque les voy a contar algo que les interesa, no les vendo nada, no les oferto algo cuyos poderes modifican los hábitos domésticos, sólo quiero que vean la vida y, luego, elijan.
Según la antigua distribución de toda iglesia en lo que llamaríamos altar mayor, a modo de retablo, hay un conjunto de gente que mira ansiosa, tratan de descubrir la presencia de un insecto, aunque en ese cuadro que ocupa todo el paño de la pared no descubrimos ninguno. Si los insectos desaparecen la naturaleza tal como la conocemos desaparecerá, de ahí la ansiedad que percibimos en los personajes, que tratan de buscar sobre unas rocas que golpea el mar, esos pequeños voladores que pensamos se han trasladado o bien han desaparecido. El mar, que es el morir, de aquel poeta que con un solo poema salvó toda la poesía de varios siglos. En las capillas laterales encontramos también cuadros, así como en el locutorio de la clausura.
Puesto que ya sabemos dónde estamos y hemos dado cuenta de los lugares y alguna, no todas las disposiciones en que se ha montado esta exposición, podemos dedicar algún tiempo para detenernos ante los que nos han parecido más atractivos. La verdad es que el colorido, la narración que parece depositado en cada uno de ellos, ese cielo que, como una red, visto en esos planos poligonales, parece que nos obliga a hablar de todos, porque esta exposición es un compendio de relatos, y todos suponen distintas versiones.
Ese monumento al perro callejero, que tensa sus orejas ante el paisaje vacío, seguro que echa de menos la ciudad y sus calles. Un perro callejero en el campo parece que le falta algo, sus orejas levantadas, atentas, son prueba de la extrañeza. La inadecuación del espacio hoy es fundamental, imaginad una manifestación multitudinaria en los barrancos de Albudeite, el motivo, sus gritos, lemas caerían en el desierto. El desierto es ese lugar al que se retiraban para la meditación. Es el momento que precede a la creación.
Si hay una pintura que se parece a la escritura es esta de Charris, si un cuadro histórico muestra la cabeza del Bautista... Si un cuadro de Velázquez, Las Meninas, presenta al pintor, perros, meninas, meninos, funcionarios, infanta y reyes, sin duda estamos ante una escena que pretende ser cotidiana. Los cuadros están ligados a una actualidad, forman parte de una historia. Cuando miramos tenemos la certeza de que nos está contando algo, ese algo puede ser concreto, un momento histórico reconocible. Sin embargo, también puede ser el resultado de unir sobre un plano figuras y colores que componen un relato, muestran un objeto que nos dice, nos indica el camino, no importa cuál sea, no imponen nada, te dicen esto está ocurriendo o esto se acaba y tú, que miras, debes hacer algo más que mirar, claro que si te conformas con tener esa relación, allá tú, lo que tenía que decirte, ya está dicho...
Esto último se lo podemos atribuir al pintor, pero el caso es que mirar puede ser una toma de conciencia, entonces se dice que vemos, descubrimos una realidad que parecía desconocida, invisible. Declara el pintor en el número 6 de su manifiesto: «Frente al efecto ventana, el efecto puerta».
Ventana y puerta
Deteneos por un momento: ventana y puerta. La ventana nos convierte en testigos o mirones, vemos lo que hay fuera. El cuadro es una caja cuyo contenido podemos examinar. ¿Qué pasa con la puerta? Alguien podría decir que la puerta es una ventana, y quizá es verdad en esas casas de campo donde vemos a través de la puerta. Sin embargo, cuando atravesamos la puerta, no somos testigos, sino acompañantes, huéspedes, visita. La relación con la realidad entre la perspectiva ventana y la perspectiva puerta es muy diferente. En la ventana quien mira sabe que lo hace ajeno a la actividad que contempla, mientras que la puerta nos convierte en interlocutores directos, coprotagonistas, formamos parte, estamos comprometidos. Con la puerta jugamos el partido, nos situamos en el campo. Con la ventana, contemplamos, juzgamos, aceptamos que nuestra intervención es mínima, pretenciosamente podríamos hablar de una relación intelectual.
Vamos a continuar en ese cuarto oscuro, locutorio enrejado donde las monjas celebraban sus reglamentados encuentros con familiares o amigos. Las rejas son dobles, separadas por un espacio que dificulta y hace imposible cualquier contacto directo. Ocurre que el mundo de fuera y el enclaustrado se convierten en abstracciones, tanto para el que ve como para quien es visto.
En esta pequeña estancia hay un cuadro titulado 'In Arcadia Adorno'... Adorno es un filósofo de la Escuela de Fráncfort. Sobre un paisaje verde, tranquilo, silencioso, sin arbolado, bajo un cielo claro, parece un día cálido de otoño, en el centro vemos una pareja de excursionistas que se aleja, la pareja parece disfrutar del día. En un primer plano, en el sector izquierdo y centro aparece la figura recostada de Adorno, chaqueta, corbata, viste de riguroso profesor de la época, recuerda por su postura,en el sitio que ocupa sobre el paisaje el cuadro de un Goethe joven, 'Goethe in the Roman Campagne' por Johann Heinrich Wilhelm Tischbein, ambos, aunque relajados, podríamos asegurar que reflexionan. Del mismo modo, quizá para seguir el modelo de Goethe,hay una foto de Miguel de Unamuno en una actitud semejante, el personaje se encuentra en el plano derecho, contempla el paisaje desde la altura. Junto a Adorno hay un perro y una caracola de gran tamaño. La pareja que camina al fondo alejándose representan el movimiento; Adorno, perro y caracola, permanecen estáticos. Adorno ya no es un joven, por el contrario, estamos ante un hombre maduro, su rostro revela cierta tensión, pero se trata de una tensa calma, sin crispación alguna. El perro en silencio parece que aguarda, la caracola cierra este trío.
La función del perro
¿Qué significa esta caracola en medio de un paisaje campesino? Contribuye al silencio o representa la música callada, esa música interior a la que se refieren nuestros místicos. Se ha dicho que si nos aproximamos la caracola al oído alcanzamos el sonido del mar. Ella conserva ese misterio, el primer sonido del mundo, cuando todo estuvo cubierto y nosotros en silencio transitábamos entre las algas. Adorno era músico además de filósofo, su filosofía se basa en escuchar al otro, sea el mundo y sus gentes, la historia, la ciudad o los campos. La caracola es un símbolo de ese estar a la escucha. Podríamos preguntarnos qué función es la del perro, ya veis que está quieto, atento aguarda las órdenes de su amo. Será el perro como esos leones que defienden la ley, será el interlocutor necesario que revela esa conexión que no es diálogo, sino algo superior, una relación que no necesita palabras. 'In Arcadia', por tanto, equivale a ese estado contemplativo, a esa unión secreta. Adorno escucha la naturaleza como si fuese la verdad. Nota aparte, apunto que la caracola en Murcia avisaba a los huertanos de las riadas. No se consideraba un instrumento inocente de adorno.
En este mismo espacio hay una mesa con varios cuadritos, parecen piezas de un juego. Dispuestas allí para que el visitante las ordene y componga el relato al que pertenecen. Se trata de una obra abierta donde cada uno puede desarrollar su narración.
Hemos dicho que hay un montaje que semeja una tubería triangular. Los cuadros, como cortes de película, aquel celuloide con varios fotogramas, que tanto estimábamos de pequeños, aparecen a nuestros pies, semejan esos papeles que el viento arrastra y por un momento apreciamos los titulares. Deben pertenecer a distintas escenas, aunque, si se ahonda, encontraremos una coherencia que explica esa conexión sin marco que los justifique. Quien mira es consciente de que su atención sólo permite encuadrar una sección de lo que nos rodea. Quizá, esta pintura sobre el suelo tenga por objeto recordarnos que, pese a que gocemos de buena vista, hay zonas que no vemos, pasamos de ellas, porque se encuentran en un lugar en que teóricamente no debería haber nada, luego conviene saber que el hueco y el vacío no son lo mismo, porque aquello que creíamos vacío, puede que esté ocupado.
Es hora de ir cerrando este paseo. Lo haré con el cuadro titulado 'El urbanista'. Hay un cielo azul cruzado por las líneas blancas de los aviones a reacción que a su vez se refleja en el suelo. Hay un viejo pequeñito que cuida un árbol que acaba de plantar, el único, aún sin hojas, en una plaza inmensa cubierta por cemento. El viejecito está acompañado por el policía, garante del orden, desde el uniforme de su seriedad parece que vigila esta acción revolucionaria que daña la regularidad. Se extraña del mimo con el que el hombre cuida esta pieza única en un paisaje urbano donde el suelo de tierra ha desaparecido. A su vez la escena parece estar dirigida por un gigantesco personaje, especie de autorretrato del artista, que enternecido contempla la escena.
Fuente: Ababol · La Verdad