La Galla Ciencia - Paco Miranda Terrer
19.10.2014
A la pintura puede sucederle de manera similar a la literatura, que no necesita tanto críticos o escritores como lectores ávidos de una experiencia esencialmente hedonista del arte. Vista así, esta exposición es un festín para cualquier aficionado, un acontecimiento digno de celebrar entre los rigores históricos de nuestros días. Charris pinta aquí libros y escritores con una mirada libre y gozosa, y sin embargo perpleja ante la omnipresencia múltiple de misterios. En Papa wasn´t here, Hemingway aparece donde, cosa insólita, no se le recuerda como reclamo turístico, escribiendo en Hawaii ante dos fantasmales totems de piedra, en un paisaje refulgente de luz y serenidad. Y Galdós, en El sueño de Godoy, un retrato surrealista de Stendhal.
Hay un estudio exhaustivo del color. Los azules eléctricos que comparten El corazón de las tinieblas y Zweig y Roth en Ostende, los más celestes de Galdós y Hemingway (y, en los totems de éste, interpelados por los marrones de El corazón de las tinieblas), sonando al unísono con la iluminación ocre y pastel, más clara y leve, de Al final de la escapada(inspirado en Somerset Maughan), así como del rostro de Hemingway en Papa wasn´t here -donde ocurre ese Algo inquietante de la pintura que la fotografía no refleja y sólo el ojo puede ver- y de los rojos dedicados a Dickens y Grandes esperanzas que pintó junto a El corazón de las tinieblas de Conrad para Galaxia Gutenberg, traslucen pinceladas sutiles y precisas, aparentes dibujos que en realidad añaden el brío policromático e intraducible de la pintura.
Los temas, las situaciones imaginadas, manifiestan gratitud y admiración por los placeres y vivencias hallados en los libros. Charris, naturalmente, también es escritor. A mi juicio, en Textos por catálogo, El arte y todo lo demás*, jugando con más desenfado que al pintar, narra, de manera sui generis, sus vicisitudes como artista. Sus cuentecillos, como los llama, son sumamente curiosos, divertidísimos. Un raro veneno se adentra en los estados de conciencia alterados por la exposición a ciertos compuestos químicos; Historias de playa cuenta con brevedad y sencillez la fábula de un tiburón extraordinario; El vecino de Ed constituye un homenaje clarividente, autoirónico, a Hopper; otros escritos evocan a Dalí y las Greguerías de Ramón Gómez de la Serna, a Van Gogh y a Enzensberger... Charris juega con las palabras, las pinta. Cita, cita mucho, como José María Álvarez, otro de los conjurados. Los tres grandes retratos que dedica al poeta lo contemplan con calma en Estambul, en Venecia, y lo interrogan en el desierto de Wadi Rum, con Ezra Pound al fondo sentado en una barca varada.
Mediante la literatura, Charris viaja por lugares exóticos, plagados de aventuras, romántico, onírico, barroco. Las cerámicas de Bodegón español dejan sentir a Juan Ruíz, Lázaro de Tormes, Celestina, Cervantes y Quevedo, un suelo de símbolos tan fértiles como el del viaje físico o el de la materia, la forma y los colores, que cuentan cada uno con sus signos, códigos y conceptos, para que el lector, el escritor, el pintor y el viajero se liberen entre sí, se permitan unos a otros explorar zonas del conocimiento, la expresión y el placer, -que es de lo que se trata-, a las que por sí solos no accederían, donde lo lúdico o incluso lo cómico dan paso a una indagación metafísica que enfrenta la soledad, la extrañeza y la infinita imaginación humanas a una naturaleza caótica, acaso igualmente imaginaria y, no obstante, sin culpa.
Me pregunto si hay muchos Charris o Charris es quien los crea. A veces trabaja a través de heterónimos. En su taller, me enseñó a un pintor que se ocupa de asuntos muy distintos, cuyo estilo omite referencias literarias, aunque no al viaje y a paisajes escasamente convencionales.
Pero lo que mi torpeza no alcanza a explicar, él mismo lo dice espléndidamente en este poema:
Nadie lee los textos de los catálogos.
Algún amigo, algún comprador entusiasta,
estudiantes, enemigos fervorosos,
poco más.
Nadie lee los textos de los catálogos.
Nadie lee los textos de los catálogos.
A pesar de lo cual, los artistas nos seguimos empeñando en
reclamarlos a eruditos, críticos, amigos de verbo fácil...
o en escribirlos por cuenta propia.
Nos gustan esas páginas al principio
de nuestro inventario:
sueños y patrañas desveladas,
interpretaciones esquivas,
un esmoquin o un traje con que tapar nuestras vergüenzas.
Pero nadie lee estos textos.
Pero nadie lee estos textos.
Nadie espera un puñetazo o un zarandeo,
sólo un murmullo más o menos digerible,
relleno y pátina, salvavidas,
quitamiedos de carretera de montaña.
Si los días fueran siempre igual de intensos,
Si los días fueran siempre igual de intensos,
éste sería mi último texto-guarnición.
Escondería alguna joya para el postre
-por si alguien lee el final-
y dejaría que las imágenes hablasen
o que callasen para siempre.***
Charris. Queridos libros.
Galería La Aurora. Plaza de la Aurora, 7, Murcia.