Charris
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Parade. 1999. Óleo sobre lienzo. 200 x 200 cm. - 300 x 200 cm.

Parade IV -  Parade III, 200 x 200 cm. Parade II – Parade I, 300 x 200 cm., Óleo/lienzo. 1999
Parade I
Parade II
Parade III
Parade IV
Parade IV -  Parade III, 200 x 200 cm. Parade II – Parade I, 300 x 200 cm., Óleo/lienzo. 1999
Parade I
Parade II
Parade III
Parade IV
(...) La actitud irónica de Charris hacia los gustos del arte del siglo veinte también informa de la monumental Parade (desfile) creada especialmente para este espectáculo. Dicha obra sugiere un retablo con dos enormes paneles gemelos y dos más suspendidos en un ángulo superior. Al enfatizar la metáfora del retablo, Charris ha imaginado el gran vestíbulo principal de la exposición del Centre del Carme como una basílica. A lo largo de sus lados, cuelgan sus estudios sobre momentos en la historia del arte del siglo veinte, los cuales al igual que las estaciones tradicionales de la cruz, forman un "via crucis", que conduce a la visión climática del polipíptico. Cada uno de los paneles inferiores representa un desfile triunfal: el primero, a la izquierda, desarrollándose a lo largo de la quinta avenida de Nueva York, el otro recorriendo los Campos Elíseos de París. Por encima de ambas procesiones y cruzando los paneles superiores flotan gigantes inflables, que recuerdan los que Charris vió en el desfile de Macy's con motivo del Día de Acción de Gracias, una "fiesta" americana de la que fue testigo y que fotografió en su primer viaje a Nueva York en noviembre de 1988.
Pensando en los motivos de celebración de los desfiles, cuando miramos más de cerca las figuras que encabezan las procesiones, nos sorprendemos al no encontrar reyes, presidentes, astronautas, o futbolistas famosos, sino rostros familiares sobre todo para los amantes del arte. Reconocemos los inconfundibles rostros de Picasso y Matisse, que dominaron la primera mitad del siglo, montados en un automóvil de estilo clásico temprano ante el Arco de Triunfo; mientras ante el Empire State en un coche americano de los sesenta vemos a los maestros de finales de siglo, Jackson Pollock, Andy Warhol y Joseph Beuys. Para que no cuestionemos las identificaciones, los nombres se muestran en pancartas que portan los espectadores en la masa.
Una inspección más detenida, nos revela que las figuras en los coches triunfales no son artistas famosos sino seres ordinarios portando enormes máscaras que representan las características de los artistas, como las grandes máscaras utilizadas en las fiestas españolas. Charris ha adoptado la costumbre popular de hacer más comentarios sobre el mundo artístico. Mediante la sustitución de artefactos exagerados por los reales, en medio del boato de la adoración del héroe, Charris se burla del mundo artístico y de sus rituales, particularmente del modo de adular ciertas figuras e ignorar otras. También, por medio de la localización de sus celebraciones en un París antiguo y una posterior Nueva York, él explica el modo en que estos centros a su vez definieron y dominaron el mercado del arte en el siglo. Asimismo los desfiles gemelos sugieren lo poco que han cambiado los rituales desde el comienzo hasta el final del siglo.
El comentario sobre las modas artísticas del siglo veinte continúa en la imagen de grandes globos flotando sobre el desfile. Sobre París, junto a aviones en formación militar, contemplamos el Guitarist (Guitarrista) cubista de Lipchitz, la infame Fountain (Fuente) realizada por Duchamp en 1917 a partir de un mero orinal, el reloj que se derrite de Dalí, la aerodinámica Maistra (Maestra??) de Brancusi, y un hombre alargado de Giacometti, que flota en silueta espectacular describiendo la curva del Arco de Triunfo. Sobre Nueva York se levantan formas orgánicas y abstractas de Kandinsky, un maniquí metafísico de De Chirico, la agonizante figura embriónica de The Scream (El grito) de Munch, el stabile de Calder, y una figura en metal apropiada por Jeff Koons a partir de un juguete inflable de vinilo. Irónicamente, Charris ha devuelto la escultura de Koons a su antecedente inflable, mientras nos recuerda al mismo tiempo el amor de Koons por la escala gigante -como en el Puppy (Cachorro) floral del artista americano- que Charris contempló en el Museo Guggenheim de Bilbao.
Para subrayar la revisión paródica de las preocupaciones y estilos del siglo, Charris recurrió a la edición conmemorativa del 50 aniversario de la popular revista del establishment ¡Hola! de donde recogió imágenes de dos desfiles emblemáticos: el triunfo de los astronautas en Nueva York en 1969, presagiando el futuro, y la visita oficial a España del entonces presidente de los Estados Unidos, Gerald Ford, inexpresivamente erguido al lado de un rígido y diminuto Franco. En la asignación de la última escena para París, Charris coloca un ceremonial escuadrón de caballería español frente al Arco de Triunfo y en primer plano añade espectadores con sombreros de paja decimonónicos, importados directamente de las pinturas impresionistas.
Haciendo honor a su título, Parade pasa revista al arte y el gusto del siglo. A través de una imaginación poderosamente metafórica, Charris ha reinterpretado la historia del arte como espectáculo histórico y público, identificando y celebrando a los maestros del siglo veinte incluso cuando los contempla desde la perspectiva histórica e ironiza sobre su preponderancia. Tras colocar a Nueva York y a París en su lugar, subrayando su poder y pretensiones, Charris ha creado ingeniosamente su papel de comunicador de una visión panorámica y magistral. A cualquiera que la visión de Parade le haya producido sorpresa, cosquilleo o desconcierto, exaltado por la paradójica síntesis, reflexionará de un modo novedoso sobre el siglo veinte. Ésta es la hazaña de Charris, haber pintado un impactante comunicado final que abre un nuevo capítulo en la historia del arte.
 
© Gail Levin

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