Charris
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El Charris más poético

2017

Arco, Antonio

Portada Ababol

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Explica Ángel Mateo Charris (Cartagena, 1962), quien hasta el 11 de junio ocupa la sala de exposiciones Ermita de San Roque, en Fuente Álamo, con la exposición-poemario 'Pictionary Island', que «según Wikipedia, Mr. Ángel inventó el Pictionary en 1985». Aunque, claro, matiza el artista, «lo de inventar es mucho decir, porque dibujar algo en una pizarra y que los demás intenten adivinar de qué se trata es como lo de aquellos que patentaban el botijo y las esparteñas, algo que no por legal deja de ser un tanto insultante».

Pero hay algo que está claro: «En esta época todo tiene que tener un código y un número de referencia, un precio y unos derechos de propiedad -las imágenes, las ideas, las palabras, la gente, los lugares...-, aunque como nos enseñó el pato Donald en el País de las Matemágicas, las cosas están allí mucho antes de que alguien venga a echarles el guante, o su firma -las matemáticas, la música, la geometría, la danza- aunque la insoportable vanidad del género humano parezca olvidarlo en todo momento».

«También lo están las imágenes», añade Charris, «esas que los artistas nos esforzamos en capturar, en trazar en un papel o en un lienzo y enseñar a nuestros semejantes para que intenten saber de qué va la cosa: puro juego y Pictionary». A él le interesan, de un modo especial, «las imágenes que piensan, que diría Benjamin, y que se cruzan en esas zonas límite entre universos paralelos, donde las cosas están y no están al mismo tiempo, como en esas burbujas de curvatura espaciotemporal de las que hablan algunos científicos, zonas Fringe: Pictionary Island».

Pero, ay, «no es fácil hacerse con uno de estos trofeos para nuestra galería de caza, exige estar muy atento y perderse en un mundo de imágenes insustanciales hasta encontrar una que merezca ser capturada». «Me gusta», reconoce Charris con entusiasmo, «como lo cuenta Tom Waits: cómo se sienta al piano con la ventana abierta y espera a que por ahí entren cosas y decidan quedarse. Y cómo, para atrapar una canción, hay que pensar como ellas y hacer de uno mismo un lugar lo suficientemente interesante como para que se posen los pájaros y los insectos».

Los pájaros, los insectos, los cuatro puntos cardinales, el espíritu errante de Dylan Thomas... «Si dejamos la ventana abierta y cambiamos el piano por una tela y pintura puede que acabemos con unas cuantas imágenes que hablan, que cantan, que se ríen o que susurran, y sumándolas todas casi tendremos una carta geográfica, un plano completo de esta Isla del Pictionario, un territorio lleno de preguntas, desafíos y juego». 

Defiende Charris: «Una imagen no siempre vale más que mil palabras». Y lo explica: «De algunas no hay nada que decir y de otras no nos cansaríamos de hablar». «Pero -añade- casi todas dan para alguna, así que he pedido a algunos escritores generosos que jueguen conmigo a nombrar los territorios de esta terra incognita [tierra desconocida]». Y ello, «sin datos previos, sin tamaño ni referentes, solo una palabra con la que titular la pieza, y un texto que aluda a ese título, no necesariamente a la obra. Y así han aparecido estos aforismos, poemas, pequeños textos, ahora a su vez prestos a ser transformados en imágenes, sonidos, colores, más palabras... trenzando una tela de araña, frágil pero resistente, entre las palabras, las imágenes y las emociones». Los autores de los textos son Antonio Montoro, Beatriz Miralles, León Molina, Cristina Morano, José Alcaraz, Alejandro Hermosilla, José Daniel Espejo, José Óscar López, Noelia Illán, Hugo Cano Fernández, Mar Navarro, Vicente Velasco Montoya, Juan de Dios García, Héctor Castilla, Diego Sánchez Aguilar y Alberto Soler.

Imágenes y textos funcionan con la misteriosa eficacia de una caracola de mar. Imposible hablar de todos los escritos que se han sumado al festín de la pintura de Charris. Poemas que hablan, por ejemplo, del más definitivo e inquietante de todos los viajes que, quiera o no, termina por emprender el ser humano. Porque da igual que, como cuenta Kavafis, incluso hayan sido muchas las mañanas de verano en las que hayamos llegado -¡con qué placer y alegría!-, a puertos nunca vistos antes. O que hayamos podido detenernos en los emporios de Fenicia y hacernos con hermosas mercancías, nácar y coral, ámbar y ébano y toda suerte de perfumes sensuales. 

Y puede ser también que -¿por qué no?- haya usted podido visitar, como se lee en 'Ítaca', muchas ciudades egipcias y en ellas haber podido aprender de sus sabios. Todo eso puede ser, pero como describe Antonio Moreno en el poema 'Verticales', con el que se abre el catálogo de la muestra: «Acaso una torre, o un árbol, o un hombre afirmado / sobre sus pies, lo mismo que el surtidor que brota / -¿de dónde?- hacia la altura, acaso todos tientan / un mismo clímax. Alzados, erguidos, enhiestos, / verticales, desde su cenit en algún minuto todos / avistan el horizonte nacarado, tan silencioso, poco / antes de caer y disolverse». 

Y, quizá, puede que hayan sentido como un zarpazo el dolor de la pérdida de la persona amada, de los seres que nos dieron la vida, la muerte de alguien demasiado joven para extinguirse, el adiós definitivo de un amigo con el que ya nunca podremos volver a quedar para contemplar la mansión de Jay Gastby iluminada por la luna y por algunas hogueras encendidas en el jardín, o la partida sin retorno de una compañera de cielos y de juegos. Y puede ser que alguien desease que, en su propio funeral, algún corazón roto le dedicase en silencio estos versos de A. E. Housman: «Cuando ganaste la gran carrera / el pueblo entero salió a aclamarte. / Jóvenes y ancianos te vitoreaban / mientras a hombros te llevábamos. / Ante esa joven cabeza laureada / contemplarán tu cuerpo inerte / y descubrirán entre los rizos de tu pelo / una guirnalda aún sin marchitar». 

Puede ser. Pero también hay otro modo de enfrentarse a la muerte y sus caprichos, como el que propone Hugo Cano Fernández en 'Insepulto': «Deja, Antígona, / que mis huesos se blanqueen / en la playa de la muerte. Deja que los gusanos / se den con mis sesos / un merecido banquete. / No permitas/ que se me rindan honores / cuando mis ojos se cierren / y se apaguen todas las bombillas / dentro de mi mente. / No tengo miedo al cambio / así que déjame insepulto / para que todo el mundo / pueda ver mi cráneo / y quizá se pregunten / qué es ser humano».

Y, cuando menos te lo esperas, ya saben, te asalta el deseo. Y el deseo te enciende. El deseo te sitia, el deseo te convierte en león o caparazón, el deseo te quema por dentro y te deja convertido en una duna de cenizas. En 'Deseo', escribe Mar Navarro: «Al otro lado de la noche, / en la otra orilla, bajo el claro de luna, / adivino tu respiración. / Y yo, sin poder tocarte».

Belleza

Qué caprichosa es la belleza, que disfruta hasta quedar extenuada intentando aturdirte, despreciándote a veces, dejándote con un palmo de narices. La belleza se hace de rogar hasta que te consume el aliento, como tan bien contó Thomas Mann en 'Muerte en Venecia', la ciudad de los canales en la que Ángel Mateo Charris podría confundirse con un suspiro tímido cruzando entre la bruma, mientras imagina historias que convertirá en pintura, o mientras sueña con óleos que contarán historias: al oído de los humanos, o incluso de la niebla.

El alcalde de Fuente Álamo, Antonio Jesús García Conesa, recuerda que «la Ermita de San Roque es la construcción más antigua de nuestro pueblo y, por tanto, un elemento clave de nuestra Historia». De hecho, «a lo largo de cinco siglos ha sobrevivido a numerosas vicisitudes y ha albergado diversos usos: desde su originario destino al culto religioso, hasta otros tan poco decorosos como el de almacén municipal, pasando por el de casa hospital para menesterosos y enfermos». «Tras su necesaria rehabilitación en el año 2001», precisa García Conesa, «la Ermita fue posteriormente destinada con acierto a espacio cultural donde albergar exposiciones y recitales poéticos. En ella, Fuente Álamo ha vivido buena parte de sus más interesantes episodios y experiencias culturales. Sus muros han albergado obras de grandes pintores, y en ella se celebraron los 'Febreros poéticos' desde 2006 a 2011».

Ahora, «después de varios años de cierre e inactividad, con esta exposición de Ángel Mateo Charris recuperamos el destino cultural del edificio y lo volvemos a poner en valor, en ese valor que merece como edificio histórico, singular y entrañable que es para los fuentealameros», se felicita García Conesa.

Por su parte, el coordinador de la sala de exposiciones Ermita de San Roque, José Celdrán, reconoce que «su reapertura no se presentaba nada fácil. Alto, muy alto, estaba el listón por su interesantísimo pasado. Y ello nos condicionaba y obligaba a apostar fuerte, muy fuerte. Afortunadamente, la dicha llegó cuando Charris aceptó nuestra invitación, siendo él el encargado de devolver a San Roque su antiguo esplendor». Sí, dice Celdrán: «¡Tenía que ser Charris!». 

Un Charris, en esta exposición más poético que nunca, que ha logrado ir sumando algunas certezas: «Que el sol sale por las mañanas, y que por muy cubierto que aparezca de nubes está ahí. Que el tiempo pasa, que el arte merece la pena, que la incertidumbre puede llegar a ser una bendición. También que las certezas son resbaladizas y caprichosas y a uno se le puede quedar de pronto cara de tonto, cualquier día, siendo el último que aguanta una bandera raída». ¿Y a qué aspira? «Aspiro», enumera, «a seguir respirando, a seguir sorprendiéndome, a no dar las cosas por sabidas y lo conseguido por meta, a no aburrirme y a conocer un montón de gente interesante. Aspiro a que los mejores capítulos de mi biografía aún no estén escritos y a que mis mejores obras aún no estén pintadas». Charris alberga un temor: «Que los miedos acaben dominando el mundo disfrazados de seguridad, moralidad y derechos».

 



Fuente:

LA VERDAD. Suplemento Ababol 22.05.2017