Edward Hopper
2012
Mateo Charris, Ángel
Edward Hopper. Hotel Room, 1931
La influencia de Edward Hopper (Nyack,1882-New York, 1967) se deja sentir en la obra de numerosos creadores contemporáneos, no sólo pintores, como Luc Tuymans o Alex Katz, sino también en la de fotógrafos, videoartistas o conceptuales como Gregory Crewdson, Erwin Olaf, Stan Douglas o Victor Burgin, por poner sólo unos ejemplos. Y eso sin contar con las innumerables referencias de cineastas y escritores, siempre más receptivos a los climas y estados de ánimo que crean ciertas imágenes figurativas. Algunas de sus escenas, como la de los bebedores nocturnos de Nighthawks, se han convertido en iconos de nuestro tiempo y es fácil verlos recreados en la publicidad, los dibujos animados y toda la parafernalia de la cultura popular. No está mal para un artista que se quejaba del desprecio y el vacío que le dedicaba gran parte de la crítica de su época a la figuración, considerándola irrelevante y anacrónica, y que le llevó a cofundar la revista Reality para intentar denunciar lo que creía un abuso. Pero sólo el tiempo decide qué es lo que refleja una época de manera más fiel, y dónde se esconde la esencia de un siglo cuando desaparecen los prejuicios, las intrigas y los ejercicios de poder.
Hopper, como todos los artistas, necesita una mirada cómplice y hay una parte de la crítica que es ciega ante el enigma de lo pintado. Ante esa mujer solitaria de la que podemos disfrutar habitualmente en el Thyssen (Hotel Room, 1931), esos críticos podrían discutir si lo que está leyendo es una carta o si los últimos estudios dicen que es una agenda, si la modelo es una vez más su esposa, con la que mantenía una relación tormentosa, o montar todo un estudio sociológico en torno a la gran depresión de los años treinta en América, pero una mujer pintada en una habitación pintada ocupa un tiempo y un espacio diferente, apenas una imagen del otro lado del espejo de la realidad en que se basa, y las reglas por las que se rige la luz y el aire en la pintura no siguen las reglas de la física convencional.
Dicen que no hay peor ciego que el que no quiere ver, pero, a veces, simplemente no puede.
Fuente:
Publicado en La Razón, 11 de junio de 2012