Distopía
2024
Mateo Charris, Ángel
La revista de la fundación Mapfre #4 Mayo 2024
Qué difícil es encontrar una aproximación al futuro que no esté llena de premoniciones siniestras, apocalipsis variados, desastres y nubarrones de tormenta, en todas las culturas, en todas las épocas. Por cada profecía auspiciosa aparecen cientos de malos augurios. El futuro, especialmente ahora, se nos hace increíblemente menguante.
Hay algo biológico en lo de sentirse amenazado y en pensar mal ante lo que puede venir. Es un mecanismo que ha servido para la supervivencia de la especie: ante un animal desconocido siempre es mejor correr o buscar refugio antes que pararse a admirar su porte, por si acaso.
Pero el miedo también nos atrae. La misma dualidad cielo/infierno está en la base de las representaciones artísticas sobre las utopías y la distopías. Ahí mismo podemos ver como las amenazas y las pesadillas suelen ser mucho más fecundas para la imaginación de los creadores. El infierno suele ser siempre más grande y más interesante, mientras que los parajes celestiales tienen algo de soso y aburrido, una eternidad de nada entre cojines.
La industria del entretenimiento convierte cualquier pulsión distópica en una fuente de ingresos: series de televisión, videojuegos, cómics, novelas o películas que se retroalimentan entre sí. Zombies, godzillas, supervillanos, catástrofes naturales, armagedones, conviven con las amenazas propias de estos tiempos: la emergencia climática, la extinción de las especies, el fin de los recursos, los grandes incendios… Todo se pone al mismo nivel en nuestra imaginación y podemos caer en la idea de que al final siempre aparecerá el héroe y todo acabará bien: la confianza mató al gato.
Dice J. G. Ballard que lo que hay que temer no es que pasen cosas sino que no pase nada, que acabemos viviendo en un mundo sin acontecimientos, y en el que la imaginación se atrofie. Eso no va a pasar, hasta en esas interminables barriadas de adosados perfectamente confortables pasan cosas, algunas bastante oscuras, como nos enseño David Lynch. Y precisamente es la búsqueda de esas pequeñas utopías capitalistas, de esas vidas perfectas, sin dolor, sin atisbo de muerte, sin vejez, la que nos está metiendo en un problema: el confort nos va a matar. Es a los vendedores de ciertas utopías a los que hay que temer. Conviene echarse mano a la cartera y al alma después de sus visitas.
Necesitamos a los profetas, a los locos, a los colgados que anuncian el fin del mundo en la plaza mayor, a los científicos, a los activistas que nos irritan, a los agoreros que nos asustan, a los creadores de distopías que nos avisan de lo que nos espera y lo cerca que estamos de vivir ahí; a los que nos anuncian que nos dirigimos a un precipicio o que es muy mala idea enfrentarse directamente a un tornado. Está bien que nos lo hagan saber y, luego ya, que cada cual haga lo que quiera.
Fuente:
La fundación.
La revista de Fundación Mapfre.
#4 · Mayo 2024