El Huerto de las bolas
2022
Mateo Charris, Ángel
El albañil pelirrojo no está muerto. Tampoco lo están los alicatadores, los jardineros, los aprendices o el cocinero. Todavía no. Aunque lo estarán algún día, como tú mismo que estás leyendo estas líneas. Conviene recordarlo de vez en cuando y no dar por hecho un día como éste: una primavera radiante y un azul que vibra entre las hojas y el polvo del trabajo de los hombres, con el vuelo de abejorros y libélulas trazando geometrías imposibles y las voces, risas y golpes articulando algo que en otra parte del mundo podrían llamar música. No aquí, en la casa de campo de los Llagostera: aquí solo es la banda sonora del trabajo, del sudor y las prisas por acabar una casa y un jardín, del empeño de arquitecto y propietarios por traer el arte nuevo a este rincón del sureste, lo moderno, lo excelente, lo último: vana carrera contra el tiempo porque ya hay creadores en los estudios y talleres de la vieja Europa tomando medidas para el ataúd de esta cosa que han llamado modernismo. Pero no agüemos la fiesta: que nada sea eterno le importa un bledo al albañil que se mata para llenar la olla familiar con un plato de potaje.
—Quince años han pasado ya desde que empezamos con los cimientos. Esto parece la obra del Escorial. Ahora que por mí como si la tiramos abajo y empezamos de nuevo.
–Esto es una maravilla, hombre –dice otro trabajador–. He visto las nuevas cajas de azulejos de Barcelona y son una preciosidad.
–Espero que no les dé por romperlos a trocitos como los de la torre, que cómo se nota dónde hay cuartos y qué poco les cuesta despilfarrar el dinero a algunos.
Pasa el capataz dando órdenes. Lo quiere todo: urgencia y rigor, prisa y primor, recita en un pareado aprendido. Alguien canta una minera entre los setos de boj.
–¡Eh, chino!
El cocinero lleva una cesta de jengibre recién cogido.
–Chino, que te estoy hablando.
–Yo no soy chino.
–¿Entonces qué, japonés?
– Español como tú. Y filipino.
– Pues eso, ¿tú sabes de qué va esta prisa que les ha entrado a estos por acabar la casa?
–Y el jardín, sobre todo el jardín. Viene un artista importante a pintar unos cuadros, el mejor pintor de España. Y quieren celebrar una fiesta. El señor quiere que todo esté listo ya –y enfatiza el ya para que quede claro que él tiene cierta autoridad en esta casa–. Así que ya podéis daros prisa y no hablar tanto. Y ni acercaros por mi huerto, que bien me ha costado criar esto para poder hacer mi tinola.
Un mozo se acerca corriendo hasta donde transcurre el sainete.
– Dice la señora Encarna que vayas encargándote de llenar la despensa que viene toda la familia, que lo han dicho con las banderas desde la torre de Cartagena.
–¿Pero cómo van a venir con el lío que hay aquí montado?
El chico se encoge de hombros. Dos tórtolas cotillean en un poste.
–Eso es que han oído lo de la bullanga –dice el pelirrojo.
–¿La qué?
–La bullanga, el soldado de Nápoles… la enfermedad esa de los tres días.
El señor está muerto, aunque él parece no saberlo. Está escribiendo una carta con una pluma de plata y la mejor de sus caligrafías. Se nota su deseo de agradar, de seducir tal vez, de suplicar sin arrastrarse. No es una carta de amor, o tal vez sí: a su imagen en el estanque, a la Historia, al arte.
Estimado Sr. D. Santiago Rusiñol.
Espero que al recibo de la presente esté bien de salud, al igual que el resto de su familia. Por su hermano y gran amigo Alberto, sé que lo estaba hace unos días, según me cuenta en la carta que ha llegado esta mañana. En ella me comenta las reticencias que usted le había comunicado respecto a la visita que pensaban realizarnos este verano, lo que me llena de consternación. Siento mucho las noticias de esa enfermedad que parece estar aquejando a nuestra querida Cataluña, pero precisamente por eso igual le vendría bien una temporada en este pequeño enclave levantino. Aquí no hay rastro de esos síntomas de los que se habla y, en cualquier caso, la casa y el jardín del que le hablé está en el campo, lo suficientemente alejada de la ciudad como para albergar un cómodo refugio para los Bocaccio de esta época.
Llagostera tacha esta última frase y emborrona el papel cuando llega el cocinero con una bandeja de limonada
–Gracias, José.
Dice el chino que no es chino que la veranda es lo mejor de la casa. Un pedazo de Manila en este oasis de secarral.
… La casa y el jardín del que le hablé están en el campo. Sin voluntad de presumir le diré que muchos expertos han dicho que el jardín es de los mejores de esta región, con una colección de especies exóticas, muchas traídas por mi hermano Joaquín desde Puerto Rico, que seguro le inspirarán alguna de sus maravillosas pinturas de jardines. Como ya le dije a Parés y le vuelvo a reiterar a usted, nada me gustaría más que poseer una de sus obras inspiradas en esta casa que acabamos de terminar tras muchos años de esfuerzo y cuidadosa dedicación. Creo que mi arquitecto, Victor Beltrí, ha conseguido una muy estimable pieza de belleza contemporánea.
Y ya sabe que por sus honorarios no va a haber problema. Créame que soy consciente del privilegio que supone tener una muestra de su arte en mis paredes.
Anímese querido D. Santiago, venga usted para las fiestas de verano como habíamos planeado, podrá presenciar nuestra sensacional Velada Marítima y bañarse en las cálidas aguas medicinales del Mar Menor. Tengo toda una serie de excursiones para que disfruten usted y su familia. Lo sé, igual sueno un poco desesperado pero permítame este tono por la profunda admiración que le profeso. Y es que no siempre pasa que el mejor pintor de tu tiempo sea de una familia tan cercana y unida como han sido las nuestras en Manlleu desde hace tantos años.
Duda. Rompe el papel y empieza de nuevo. Una chicharra rasga el sofoco de la siesta.
Doña Julia Molina Macabich, la señora, pasa la mano por sus iniciales de cerámica en la fachada. Le gusta sentir el volumen de las letras en un material que perdura, piensa ella, como si hubiera algún material que perdure para siempre, como si el tiempo no fuera infalible y no acabara con todo, como si la constancia de la gota que destruye la piedra no fuera apenas un grano de paciencia en un arenal interminable.
–Esteban, he recibido carta de Sor Almudena, que necesitan piezas de tela para sábanas y almohadas. Parece que el Hospital de Caridad está desbordado.
–Claro, mañana le mando recado a Hilario para que se las mande
–¿Sale algo en la prensa de la epidemia?
Pero el marido no contesta, ensimismado en sus jardines al óleo y su batalla con las palabras. Los perros de la finca contestan a un aullido que viene de lejos.
–Esteban, quiero criar pavos reales. Son preciosos y además son el símbolo de la resurrección de nuestro Señor.
Una pequeña brisa de aire refresca el sopor de la tarde. La flor de maga, el flamboyán y el resto de exiliados del jardín parecen revivir un poco, pero siguen sin entender qué hacen allí ni porqué. No hay nada peor que una gripe de verano, dice un criado en la cocina.
La Torre Llagostera, ahora llamada Casa Beltrí, terminó de construirse en 1918.
Ese mismo año empezó la epidemia de gripe que mató a más de quince mil personas en la provincia de Murcia, gran parte de ellas en Cartagena, donde el hacinamiento en los cuarteles y la movilidad del personal militar la hicieron especialmente propicia para su propagación.
Esteban Llagostera i Punti murió en 1917.
Santiago Rusiñol nunca pintó el Huerto de las Bolas.
Fuente:
Texto para el libro "Imagina Cartagena" editado por el Ayuntamiento de Cartagena en 2024