Charris
English

Aventuras, inventos y mixtificaciones de la familia Paradox

2001

McCharris, Aloisius

Extracto de la disertación impartida por el profesor Aloisius McCharris en el Centro Francés de Bamako.

Los Paradox proceden de una larga estirpe de artistas europeos, pálidos y cristianos, que aparecen en la historia de la cultura occidental como epígonos poco ilustres pero perfectamente representativos del devenir de su tiempo. Es su destino: ocupar confortables lugares en las escenas artísticas de su época y esfumarse en las sucesivas cribas que la gloria se encarga de realizar.

Siempre acaban apareciendo en las sesudas investigaciones de los doctorandos o en los trabajos universitarios más quisquillosos, pero pocos son los que aciertan a identificar los nombres y las obras, mimetizadas éstas con las de los grandes de su período.
Pero la historia de los Paradox es también historia del arte. Y en ella se puede rastrear los intereses y preocupaciones de cada tiempo.
Me han pedido hoy que hable de mixturas y de encuentros culturales y enseguida me ha venido a la cabeza la palabra paradoja. Y esa palabra me ha traído a la memoria a un Paradox, y de ese a otro: un poco así trabaja la cabeza del artista, mediante estas asociaciones algunas veces caprichosas y otras, por pura coincidencia, acertadas. En calidad de creador hablo, así que no me pidan tanto rigor ni erudición, sino capricho y desparpajo. El mismo que tenía D. Augusto Paradox, allá por el XIX, viajero infatigable, pintor de exotismos variados y el primero de sus antepasados del que se conoce una historia cercana a lo real, aunque no exenta tampoco de leyenda.

EXOTISMOS

Los creadores occidentales se han acercado de diversas formas ante lo diverso, ante lo culturalmente ajeno, a lo lejano. Al Otro se le teme y se le admira, se le mira por encima del hombro pero se le reconoce en el estudio, se le llama bárbaro y se le mitifica con la misma intensidad.
La frontera del exotismo se va alejando conforme avanza el conocimiento y la unificación cultural. Para los viajeros ingleses del XVIII, España empieza siendo un territorio lo suficientemente exótico, de mujeres bellas y salvajes, y hombres patilleros y sanguinarios. Italia es la patria de la Antigüedad y además de un viaje a la cuna de la propia cultura es un viaje al Sur, hacia el sol y la Arcadia.
Más tarde escritores y artistas viajan más abajo y hacia el este, a Marruecos, a Egipto, a la India, a Tierra Santa, siguiendo la brecha abierta por las campañas napoleónicas de saqueo cultural y de imperialismo guerrero-cultural.
Toda una generación de creadores son llamados Orientalistas: nos traen imágenes exóticas de harenes y extrañas vestimentas, y cumplen una función entre la del documentalistas y la del traficante de sueños, cargados de mercancías dispuestas a ser ofrecidas a una burguesía necesitada de nuevos objetos decorativos.
Pero también el Gran Arte se contagia de esta fiebre por lo exótico: Delacroix viaja a Marruecos, Ingres pinta harenes y baños turcos…
El artista no pone en cuestión ni uno sólo de sus pilares creativos. Viaja únicamente en busca del motivo y, si acaso, se deja contaminar apenas por el color local, por la luz. Observa desde su cabeza perfectamente occidental buscando lo pintoresco o una reinterpretación de uno mismo en unas circunstancias diversas.
D. Augusto Paradox, pintor de las fortalezas del Atlas y de mujeres nubias es uno de estos artistas. Las otras culturas son reconocidas como paisajes, observadas como el entomólogo a la colonia de insectos
Es el caso también de artistas posteriores, el Gauguin de Tahiti (sólo parcialmente mestizo en sus tallas de madera), el Paul Klee y el Macke de Túnez, o el Matisse de Marruecos.

Mestizajes (que más parecen colonialismos)

Hay otro Paradox, primo del Silvestre glosado por Pío Baroja en el libro que he parafraseado en el título de este artículo: se trata de Maurice Paradox. Lo encontramos en París estudiando en una academia de arte en la época en que la torre Eiffel ejerce de faro del progreso.
La exposición universal descubre el primitivismo, y toda esta colección de formas –nuevas para Occidente– fascinan a toda una generación de artistas especialmente inquietos.
Los grabados japoneses, que son usados habitualmente para embalar las porcelanas orientales importadas, fascinan a la generación de los postimpresionistas, de Manet a Van Gogh, y tantos otros. Las máscaras y tallas africanas van a ayudar a configurar el léxico de las vanguardias, del expresionismo al Cubismo, de Brancussi a Giacometti, o de Picasso a –tiempo después– Pollock. Vemos a Maurice Paradox volverse fauvista, expresionista, cubista o surrealista y en todo momento utiliza recursos que ha extraído de los objetos primitivos que pueblan su estudio. El mestizaje se produce en una sola dirección y contribuye, de una forma determinante, a la configuración de los nuevos lenguajes.
Occidente se deja invadir por los bárbaros del sur para inyectar savia nueva a unas iconografías apolilladas y rancias, atascadas en el fango del convencionalismo pompier
Se reinterpretan las formas, cuando no se copian de forma descarada. Se utilizan modos de trabajar de otras civilizaciones adaptándolas a otro contexto cultural, se importan colores y dibujos, apreciando en ellos la originalidad y encanto de lo primitivo, colonizando, al fin, territorios vírgenes. Otra forma más de extraer sus recursos naturales.
Máscaras rituales que acaban en un burdel de la calle Aviñón, historias sioux colgadas en los loft del séptimo de caballería. Durante todo el siglo XX se recurrirá, con mayor o menor fortuna, al baúl de las formas no occidentales. Se populariza, y también se trivializa, el gusto por lo exótico. Los estilos decorativos incluyen toda un nuevo comercio de cacharrería fomentado por el afán viajero de sucesivas generaciones de turistas en bermudas.
Pero muy pocos artistas africanos, asiáticos o sudamericanos consiguen ser aceptados o conocidos en el mundo del arte occidental. Se buscan artesanos ignorantes, con buena mano y alguna idea a la que sacar partido.

Multiculturalismos (que vuelven a parecer colonialismos)

El siglo XX nos abandona con una nueva ración de paradojas. La ascensión de las minorías y de lo políticamente correcto parece traernos nuevos aires. Las nuevas teorías intentan equiparar a todas las culturas. Los grandes museos organizan ambiciosas muestras que presentan a los maestros occidentales con el último artista emergente de Mali o de Azerbaián.
En los dos extremos, la xenofobia y la xenofilia intentan dar respuestas y ordenar un mundo que ya no es el mismo. El mestizaje no es una posibilidad sino el paisaje cotidiano.
Y volvemos a encontrarnos con un par de Paradox, enfrentados, ahora más que nunca, a la cuestión diferencial: Toumani y Salif Paradox, dos hermanos africanos, continuadores de la saga que se extiende en estos momentos por cuatro continentes.
Toumani vive en Londres y es un artista conceptual integrado en el movimiento internacional. Huye de todo lo que suene a africano, para no ser tachado de naif ni exótico. Utiliza los nuevos medios y considera su lenguaje universal y no quiere ser lastrado por conceptos como raza, cultura o tradición.
Salif viste y vive en africano. Ha reinterpretado el arte dogón desde una nueva perspectiva y no quiere ni oir hablar de inferioridad ni de cultura occidental. Pero sabe que el mercado del arte es global y que ha de entrar en los circuitos artísticos del momento para afianzarse como artista y competir en igualdad con el resto de creadores. Hace unos años compartió una gran muestra con los artistas más famosos y ahora no quisiera convertirse en un juguete roto, una de esas novedades gastadas que occidente necesita para aplacar su sed de sangre joven.

Los dos primos discuten mucho e intensamente. Les gusta especialmente un pequeño restaurante hindú enclavado en un barrio de armenios y rusos. A veces quedan para ver una película del nuevo cine chino, pasión que ambos comparten, o se intercambian discos de Susana Baca o de música cajún.
Están preparando un viaje juntos para visitar a la familia de Bilbao y eso les va a dar motivos para seguir hablando largo y tendido de multiculturalismo, mestizaje y colonialismo, de arte y poder, de vida.

SALSA

Se puede estar a favor de los cócteles, como es mi caso, o en contra, pero hay una gran cantidad de obras que no habrían nacido si no se hubiera producido el encuentro entre dos pueblos, dos visiones, dos lenguas.
De toda esta combinatoria de intereses, posibilidades, teorías y contrateorías, surgen unas cuantas obras que iluminan los oscuros designios de la historia.
Intente recordar algunas de las obras que una vez le emocionaron y entre ellas habrá obras mestizas y flores raras.
Hay una constante en la historia de los Paradox: cuando uno de sus miembros llega a un callejón sin salida emprende un viaje, lo suficientemente lejos como para que el paisaje no le resulte familiar. Cuando vuelve es aún más Paradox y entiende un poco más el mundo.

Aloisius McCharris, 2001

Andunnya ya maasa no, da i si a bare a ga di no
La vida es una torta; si no se le da la vuelta, se quema.