“El azar es lo que nos salva de lo predecible”
2008
Fernández-Cid, Miguel
Rabinos, cannolis y puertos es el título (sugerente, divertido, provocador) del último proyecto del artista Ángel Mateo Charris (Cartagena, 1962), una doble exposición en dos espacios que siente cálidos y cercanos: la sede madrileña de su galería más cómplice, My Name’s Lolita Art, y en el coqueto Palacete del Embarcadero de Santander. Hablamos con él en los días previos a su inauguración en Madrid, donde regresa después de cuatro años.
“Si fuera un pintor realista o un figurativo canónico esta exposición se titularía Caminos, canales y puertos, pero entre lo real y mi imaginación siempre aparece alguna cáscara de plátano. Me parece que el título, con ese parentesco fonético que alude y a la vez chirría, explica la forma en que funcionan, o se extravían, mis procesos mentales”. Charris hace una pausa y pasa de lo general a lo concreto: “Me divierte que hayan aparecido los rabinos y los cannolis en mi producción casi por accidente, porque el azar es lo que nos salva de lo predecible.
Siempre intento titular las exposiciones con algo lo suficientemente escurridizo porque sé que no voy a poder ceñirme a la estricta disciplina de las series y voy a ir picoteando en muchas tapas: de lo grande (la guerra, la política, el arte o qué se yo) a lo pequeño (el chiste, la ironía, lo leve) y casi siempre colocando a los lugares en un papel protagonista, como un personaje más. Así que estos tres conceptos me sirven como representantes de mis intereses: podrían ser otros pero hay que jugar con las cartas que a uno le salen, sean oros, espadas o bastos”. Tras nueva pausa, concluye confesional: “Para que una imagen me interese tiene que parecer que ha habido un malentendido en alguna parte”.
Preparar al mismo tiempo una exposición en una galería comercial y otra en un espacio institucional, pero en distintas ciudades, le parece normal: “Las he planteado como una única exposición en dos sedes. El espacio de las salas es lo que marca qué expongo en Madrid o Santander. Excepto una obra, todo está pintado expresamente, ajustándome a las proporciones del espacio. En el Palacete del Embarcadero están las obras de mayor formato, que establecen además un diálogo con la arquitectura del edificio”. Lo deja claro: “No hago distinciones por el hecho de que una exposición vaya a una galería o a una institución, sino que es el espacio el que condiciona el tipo de obras que voy a producir. En el caso de otros proyectos, ya sea un mural o un libro, es lo mismo: calibro las posibilidades que me ofrecen los materiales, la situación, las técnicas, e intento encajar ahí mi mundo”.
Charris siempre se ha expresado con una extrema claridad: cuando confiesa sus devociones, cuando recrea ambientes de ficción para acompañar sus imágenes, o cuando se muestra crítico, generalmente hacia situaciones del mundo del arte. Durante años, se le recuerda como la cabeza más visible del grupo de pintores figurativos que se da a conocer en exposiciones como El retorno del hijo pródigo o Muelle de Levante, algo que no parece preocuparle: “No me siento cabeza de nada como tampoco me he sentido nunca cómodo con la noción de grupo. Otra cosa es que en ese cajón de sastre estén algunos de mis artistas españoles favoritos y que considere que no se les dedica la suficiente atención. La cuestión de la visibilidad de cada creador en cada momento es algo que se me escapa. La música del azar sigue una partitura tan caprichosa que la disfrutas o la detestas, pero no hay que darle demasiada importancia”.
Devoción hacia Hopper
La etiqueta forma parte de su aprendizaje, como la devoción hacia el mundo de Hopper, una deuda saldada con un viaje por Estados Unidos -junto a otro excelente pintor y amigo, Gonzalo Sicre- para ver sus cuadros, visitar los lugares que frecuentaba y establecer un vínculo de intensidad y energía entre Cape Cod (segunda residencia de Hopper, referencia habitual en sus cuadros) y Cabo de Palos, tan próximo a ellos, mientras pintaban el recuerdo, la evocación, la memoria.
Charris nunca oculta sus afinidades. Gail Levin, la máxima experta en Hopper, a la que visitaron en el viaje americano, comisarió su individual en el IVAM a finales de 1999 (es el artista más joven al que el instituto valenciano le dedicó una individual). En su texto cuenta cómo de niño Charris se reponía del asma y la alergia viendo cómics, leyendo y dibujando: un bagaje del que se nutre su obra, en la que confluyen alta y baja cultura, iconos pop y reflexiones muy precisas sobre la pintura.
Tal vez por ello, su modo de trabajar resulta especial: “Normalmente parto de una idea y del archivo visual que he ido acumulando a lo largo de los años, ya sean fotografías de los viajes, objetos, revistas y publicaciones de cualquier época, medios de comunicación, internet, etc. A partir de ellos creo unos colages digitalizados, normalmente en photoshop, de aspecto bastante tosco, que me permiten probar diferentes posibilidades. Intento que el boceto dé una idea bastante clara de la obra porque luego tengo que lidiar con las características propias de la pintura (capas, tiempos de secado, empastes…) que siguen sus propias reglas. Me gusta que todas esas capas de tecnología queden ocultas bajo la capa de óleo. Es también una forma de unificar elementos de procedencias muy diversas: que el conjunto tenga una cierta lógica interna y que los encuentros fortuitos parezcan posibles. A veces hago fotos de la obra a medio pintar y vuelvo a intervenirla en el ordenador para visualizar el posible resultado de los cambios, especialmente en los grandes formatos. Antes intentaba conseguir una figuración sin estilo y hacía los encajes previos con proyección, pero hace tiempo que no me importa que el dibujo tenga un carácter más fluido y natural y ataco directamente el lienzo con la brocha. Así que en el paso del boceto a la obra cambian bastante las proporciones y elimino detalles, atendiendo más a la solidez de la composición”. Los cambios se perciben en la factura de los cuadros: del pintar casi cinematográfico de los primeros años, a controlar los recursos y posibilidades de la pintura.
Literatura y viaje
Viajero incluso cuando no se desplaza; curioso siempre; dispuesto a perseguir el hilo de un pensamiento serio, provocador o divertido; agitador incansable incluso desde esa especie de retiro que es su República de Cartagena (así bautizó a su ciudad, en una exposición memorable), a Charris se le suele señalar como pintor literario cuando si algo está claro es que su mundo es férreamente visual. En su caso, la literatura se entiende como otra forma de viajar, y la ironía como un modo de prolongar los efectos benéficos del viaje… Los años, tal vez la seguridad, le hacen restar impulso a sus palabras, pero no al fondo ni a la agilidad: “Lo de literario es una etiqueta que enseguida se coloca a cualquier pintura figurativa que incluya algo de narratividad o anécdota. No soy más literario que Matthew Barney, Pierre Huyghe o Jeff Wall, pero parece que los pintores somos más sospechosos. Supongo que la connotación negativa viene de la vieja disputa entre lo puramente plástico y el lastre que para algunos suponía el tema. Para mí no lo es -lo necesito- y lo literario es uno de los detonantes que me hacen ponerme a querer contar algo con imágenes”.
Pese a gozar de las simpatías de un amplio sector del público, la crítica y el coleccionismo, su gusto por jugar con dobles sentidos e introducir citas y homenajes a otros pintores ha despistado a algunos, que creen que su discurso es menos reflexivo de lo que se supone demandan los tiempos. Lo asume con naturalidad: “Me gusta pagar mis deudas y dejar claro de dónde salen mis influencias. Y eso que a veces las alusiones y los préstamos son muy laterales, y siempre desde este lado de Charrilandia. El mundo del arte y los artistas son para mí un tema más, y la cita, sea a estilos o a creadores de diversos campos, una forma de incorporar capas de contenido a las piezas. Por otro lado, no quisiera ser como ese tipo de artistas que después de saquear a otro lo elimina de sus discursos como si lo hubieran pillado con las manos en la masa...”.
Aunque se sabe y reivindica contemporáneo, Charris no ha dejado de señalar sus discrepancias con algunos comportamientos del medio. Incluso las lleva a sus obras, como Rareza de siglo, un cuadro presentado en su momento al Premio L’Oréal y hoy propiedad del IVAM, que representa una noria en la que giran los últimos ismos del arte, o un pequeño colage en el que los guardias del orden vigilan el acceso a una Documenta de Kassel convertida en fortín: “Mi relación con el mundo del arte, siendo actor y espectador, siempre es complicada. Ahí está lo que más me gusta y lo que menos, todas mis filias y fobias. Siempre he criticado la tontería, los discursos maniqueos y el esnobismo de muchos de sus componentes, pero no soy alérgico al cambio. Me divierte intentar separar el grano de la paja y seguir el vaivén de las tendencias, los flirteos del arte con el dinero (que todo lo enturbia), el tiovivo de vanidades en que se han convertido las ferias de arte… Miro con escepticismo los burros que me quieren vender como novedad, pero también las llamadas al orden que huelen a naftalina”. Como le digo que su lenguaje es cada vez más preciso, pero menos incisivo, matiza: “Supongo que con los años en vez de luchar a garrotazos apetece más la lucha de florete, pero no quiere decir que la estocada no sea certera”.
Escribir sin explicar
Su rapidez para concretar imágenes resulta tan sorprendente como su facilidad para escribir, prolongando en la escritura los recursos e intenciones de la pintura: “Supongo que empecé a escribir cosas por el miedo de todo creador a ser malinterpretado, y luego encontré un modo con el que apuntalar el mundo que había concebido en cada exposición a través de los catálogos. Casi nunca intento explicar de qué van las obras sino dar otra visión, confundir a veces y dar pistas otras, de la misma forma que hago cuando pinto. Los amigos me empujaron a seguir escribiendo al pedirme textos para sus catálogos. No me planteo si lo hago bien o no, pero se me hace necesario. Me gusta leer los escritos y las memorias de otros artistas y casi siempre los encuentro interesantes, independientemente de su calidad literaria, así que pienso que a alguien que quiera acercarse a mi obra le puede apetecer leerlos”.
Fuente:
El Cultural 2.10.2008