Una chica de dieciséis años con una sola pierna
2015
Mateo Charris, Ángel
Drawing for Lynch Diálogos
David Lynch quiso ser pintor antes que cineasta. De hecho lo sigue siendo. Y músico, escritor… Pero no es su faceta de artista plástico lo que fascina a tantos pintores, sino su cine, como si finalmente hubiera conseguido esa pintura en movimiento que anhelaba desde que creó aquella primera proyección en stop motion cuando era estudiante de arte
Y es que Lynch piensa, compone y dirige como un pintor. No quiero decir que sea de los que ponen especial cuidado en el encuadre o en las composiciones fotográficas, que también, sino que es más que eso: es el uso de las texturas sonoras y gráficas, es su uso de las capas y las veladuras y cómo la superficie deja ver algo más en su interior, es el uso del azar y el estado de alerta, es el relámpago de contenido antes que la narración. Casi todos los directores vienen de la literatura, de su necesidad de contar historias, pero él no, él las cuenta a través del color y la forma, y sales de su cine como si lo hubieras soñado, como si las pesadillas y la risa convivieran en un mismo plano en el microscopio, observado por un entomólogo apasionadamente indiferente.
“Una chica de dieciséis años con una sola pierna” le pide a un asistente para una de sus películas e intuyes que su cabeza no funciona como la de los demás, que sus óleos destilan unos aromas extraños, que él mezcla con infinito cuidado y total despreocupación. “Las ideas son como peces. Si quieres pescar pececitos, puedes permanecer en aguas poco profundas. Pero si quieres pescar un gran pez dorado, tienes que adentrarte en aguas más profundas”. Y ahí está otra vez, buceando para servirnos una gran carpa en el plato, en una receta típicamente americana y totalmente universal. Porque nacer en Missoula, como hacerlo en cualquier otro sitio, marca. Y todos arrastramos con nosotros esas imágenes que nos hicieron descubrir el mundo, esas carreteras perdidas y esas canciones empalagosas, moteles, vecindarios de clase media, callejones oscuros, límpidos cielos azules, o lo que nos tocara en cada caso, incorporado a nuestro adn, hasta que no sabemos dónde empieza el cuerpo y la mente, lo vivido y lo leído, lo visto o lo escuchado.
Lynch se sirve de la meditación para separar el grano de la paja, para encontrar el estado óptimo para la creación y la vida, y ahí aprendió a distinguir los demonios de las sombras en la oscuridad. Oscuridad, una palabra que se repite mucho cuando se habla del cine de David Lynch, aunque sus declaraciones desmienten ese lado tortuoso que se le podría atribuir a la ligera. “Se creyó durante mucho tiempo que, para crear, había que sufrir. Y esto es todo lo contrario a la verdad. Si sufres, aunque sea un poco, te resta creatividad. De hecho, cuanto más feliz seas, cuanto más despierto y descansado estés, mejor va todo. Tiene que ser algo divertido. Si te lo estás pasando bien, eres consciente de lo que haces y te recorre una sensación de felicidad por dentro, las ideas fluirán mucho mejor, de forma más suave, más rápida y en mayor cantidad.”
Y él disfruta mucho. Sólo hay que verlo en alguno de sus rodajes, absorto en cualquier cosa que hace, ya sea localizando exteriores, fregando el suelo de un decorado, dirigiendo actores, bromeando con la cámara o haciendo el indio, demostrando que lo intenso tiene poco que ver con las poses autoflagelantes de muchos creadores.
“La idea es todo. Si te mantienes fiel a la idea, en realidad esta te dice todo lo que necesitas saber. Basta con que sigas trabajando para darle el aspecto que tenía la idea, la sensación que transmitía, el sonido que emitía, el modo en que era.”
Ese pez dorado del que habla –la idea– no tiene que ser la última sensación en el mercado. Lynch ha coqueteado desde siempre con el éxito y el fracaso, como si eso no importara, seguro de que hay un destino superior al dinero, la fama, el reconocimiento o la gloria.
A Lynch se le puede admirar, homenajear, robar, saquear, pero no se le puede copiar. Es un tipo de artista generador, del que parten muchas cosas, del que se pueden tirar de muchos hilos, porque ha conseguido tejer un mundo no solo extraño sino también generoso, y todo con una fórmula bastante sencilla: “Uno solo hace las cosas que le enamoran y nunca sabes lo que va a pasar”.
–Aunque no me convence mucho este final. ¿Tú que piensas?
–No sé, no está mal.
–Ese es el caso, que no está mal. Pero tendría que estar muy bien. Es la primera cosa que me encargan para una revista medio seria.
–Un poco general.
–¿General?
–Sí, muy genérico, poco específico. Para eso no hacía falta pasarse aquí varios días en el rodaje, tragándose estas pausas interminables para poder echarle un vistazo al director entre toma y toma, tomando un café tras otro con pringados que se sacan unos dólares de extra. Ni estar en Los Ángeles, podrías haberlo hecho en tu pueblo tirando de internet.
–Ya, pero esto es la verdad, que es lo que importa. Y creo que eso se acaba notando en el texto.
–La verdad no importa. Sólo lo que consigas hacer con ella. Se trata de que los sueños parezcan reales y que la vida parezca un sueño. Claro, que es mi opinión y yo sólo soy una chica de dieciséis años con una sola pierna.