Charris
Español

Sven Johanssen

2016

Mateo Charris, Ángel

El contratiempo, 2016. Oil on canvas. 150 x 200 cm

El contratiempo, 2016. Oil on canvas. 150 x 200 cm

El contratiempo, 2016. Oil on canvas. 150 x 200 cm

El padre de Sven Johanssen, con el que compartía nombre, había estudiado ingeniería de minas en Berlín, lo que le había dejado un profundo poso de germanofilia. Era, además, de los que veía con buenos ojos las relaciones de su empresa con la Alemania nazi, de las que se encargaba por su exquisito conocimiento del alemán. Digamos que su ideología se escoraba generosamente a la derecha. Algo que, como suele pasar, no compartía con su hijo adolescente, sumergido en un arrebato de hormonas y rebeldía por aquellas fechas.
Sven padre había seguido las noticias que venían de España y simpatizaba con el joven caudillo que había ganado la guerra civil. Eso le hizo renovar su interés por el país meridional con el que, le habían contado, compartía antiguos lazos familiares. Investigó con curiosidad y a través del cónsul de los países nórdicos de Cartagena, ciudad de la que parecían haber salido sus antepasados, dio con unos cuantos Johanssen y Pérez–Johanssen, a los que contactó por correo poco después.
De entre las respuestas que recibió la de Diego Johanssen le agradó especialmente. Era uno de los pocos miembros de esa rama de la familia que habían continuado utilizando el sueco como segunda lengua y se estableció entre ellos una cordial correspondencia.
Ante el último de los episodios de rebeldía del joven Sven, el padre se atrevió a solicitarle al pariente español que alojara a su hijo durante una temporada. Pretendía así poner tierra de por medio entre la policía y su hijo, al que buscaban por unas supuestas pintadas en la Facultad de Bellas Artes de Estocolmo.
No sabemos cuanto tiempo pasó Sven Johanssen en España pero el caso es que volvió con un buen conocimiento del español, aderezado con el curioso acento de aquella zona del Mediterráneo.
Sabemos que nunca se volvió a matricular en una universidad sueca, pero al acabar la segunda guerra mundial lo encontramos frecuentando los círculos artísticos de Lillehammer, la pequeña ciudad noruega. Es allí donde conoce a Erik Hesselberg, que más tarde le presentaría al explorador Thor Heyerdahl. Con ambos viaja hasta Cuzco, donde participa en uno de los hitos de la aventura del siglo XX, la expedición de la Kon Tiki. Su dominio del español hace que se convierta en un elemento imprescindible en la fase de la construcción de la famosa balsa, sirviendo de nexo de unión entre los nórdicos y la población local. Y parece que ayudó a Hesselberg a diseñar el característico dibujo de la vela de la nave. No se convirtió en el séptimo miembro de la tripulación por su carácter extremadamente supersticioso, que él atribuía a su ascendencia española. La noche anterior a la partida de la Kon Tiki, tuvo un vívido sueño en el que moría al ser arrastrado a las profundidades por los tentáculos de un gran pulpo y un pánico paralizante se instaló en él hasta el punto de renunciar a la travesía con la que hubiera hecho historia.

En 1954 lo encontramos de vuelta en Suecia donde se asocia con su primo el ingeniero industrial Erik Johanssen para crear un prototipo de vehículo de nieve ligero y manejable. Casi sin apoyos, consiguen crear una máquina que pretendía dejar atrás los enormes mamometros que se utilizaban hasta ese momento. Aunque imperfecto, el “Duvhök”, nombre con el que habían bautizado al invento. pretendía ser el equivalente a una moto de nieve, algo a lo que los Johanssen auguraban un gran futuro. Pero no encontraban inversores para poner en marcha el proyecto. Su última esperanza, ya con la guillotina de los bancos sobre sus cabezas, fue una llamada de un alcalde de una ciudad del norte. Sven decidió viajar hasta allá con lo equipos que habían construido hasta ese momento, pero una serie de contratiempos inesperados y una climatología infame dio al traste con sus posibilidades al llegar tarde a la cita con el alcalde, que era también jefe de una de las tribus nómadas samis que había empezado uno de sus desplazamientos.
La foto de Sven Johanssen (Fig. 1) tomada por Albert Moldvay (un fotógrafo del National Geographic que realizaba un reportaje por esa región) lo muestra entre los restos de esta aventura, entre la desolación y la paz de la derrota.
Años después, el primo Erik emigra a Canadá y empieza a trabajar en la fábrica de Bombardier donde participa en la creación del Ski Doo, la primera moto de nieve de producción masiva y asombrosamente parecida al Duvhök

Pero algo de esta aventura permanece en la siguiente y en 1955, tenemos a Sven en Amsterdam, donde conoce a un propietario cervecero que busca la expansión de su negocio. Con todas las dotes de persuasión de las que es capaz lo convence de que el lugar ideal para la montar una fábrica de cerveza es una pequeña ciudad en el sureste español llamada Cartagena y hasta allí se dirige para actuar de intermediario. Los hijos de Diego, para ese momento personajes prominentes de la ciudad, tenían unos terrenos cercanos a la estación y contactos en el ministerio en Madrid, con lo que en poco tiempo cuaja la primera cervecera de la ciudad. Consigue además venderle al holandés el logotipo que había creado para el Duvhök y hasta el nombre, convenientemente traducido como El Azor. En el negocio ganan todos y con el dinero conseguido Sven decide viajar al Pacífico, el destino negado de la Kon Tiki, emprendiendo un viaje que lo lleva a las islas Marquesas. Ahí se pierde su rastro.
Una fotografía anónima recientemente publicada en el boletín de la Sociedad Geográfica (fig. 2) muestra a un personaje tocado con un salacot y equipado con un equipo de pintor portátil. Hay quien dice que este occidental que se gira y saluda al espectador es Sven Johanssen. No podemos asegurarlo, no hay casi fotografías de este personaje evasivo con el que compararlas, pero digamos que sí, porque ¿qué otro se hubiera pintado el logo de aquella expedición noruega en su cantimplora?