Charris
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Ángel Mateo Charris: un acto de fe en el arte

2024

Manzano, Pedro

Galería regional | Cuadros para una exposición

Posiblemente Salto al vacío, la foto del artista Yves Klein arrojándose al espacio en actitud de volar en una callejuela parisina sea una de las imágenes más icónicas del arte del siglo XX. Un espejismo que cuestiona seguridades y certezas. La expresión de una intuición lírica, de una narrativa, que juega con nuestras percepciones y vincula lo real con lo imaginado. La representación de un viejo anhelo de la humanidad, que aquí se reviste de fascinante y provocadora sugerencia. Salto al vacío, una acción artística que nos propone ir más allá de la realidad representada y acercarnos a una soñada quimera, un divertimento irónico, pero a la vez... demoledor, casi una metáfora planeada, construida, a partir de la deconstrucción y recomposición de los arquetipos establecidos en esa línea de tiempo que hemos convenido denominar historia del arte. Un maravilloso y sugerente engaño al que es difícil poder sustraerse y escapar.

Un artificio. Un juego de referencias y simulacros que pueden resultar más auténticos, más determinantes que la propia realidad. Un asunto que, contemplado en la distancia, parecía adelantarse a lo que habrían de traer los tiempos, no muy lejanos, por venir, que harán cada vez más difícil que podamos determinar con absoluta certeza cuál es la realidad. En el año 2000 Fayçal Baghriche quitó a Klein de la foto que el artista había realizado en 1960, dejándonos constancia de la representación de la nada. El arte sin artista, incluso sin pretexto: la nada.

Quizá EL SALTO representado por Charris sobre el lienzo sea en realidad más liberador que el engaño fotográfico de Klein –que borró la lona protectora y los ayudantes que la sujetaban, para evitar el choque en los adoquines del asfalto del propio artista, en la edición de la fotografía–. Un elogio de la pintura. Y no como ocurrió con la obra de Yves Klein, que no fue sino una operación comercial anunciada en Dimanche, el periódico, la hoja volante, que él mismo había fundado.

En la pieza de Ángel Mateo Charris el artista, la artista, se arrojan al vacío, una sugerencia metafórica de múltiples acepciones. Podríamos entender el cuadro como un pequeño homenaje a Klein; o como una propuesta para hacernos reflexionar sobre el propio sentido del arte y la posición del artista, que se arriesga a enfrentarse a todo tipo de impedimentos…

O tal vez la pieza del cartagenero (este salto al vacío) sirva de espejo para enfrentarnos a una situación que nos obligue a analizar el valor cultural y social del hecho artístico. O todo ello junto: la obra de arte entendida aquí como un producto idóneo que ha de servir para reformular nuestras percepciones; una llamada a la reflexión construida a partir del poder evocador de una imagen, capaz de aportar múltiples discursos, múltiples significados, y que ya pertenece al imaginario colectivo…

Charris nos plantea el juego de las apariencias como paso previo para obligarnos a cuestionarnos el mundo en que vivimos y, simultáneamente, acercarnos al hecho trascendente ¿o quizá no? del valor y el sentido del arte en esta sociedad en la que el mercado es capaz de marcar las pautas que rigen nuestros valores y comportamientos. SALTO AL VACÍO nos obliga, nos somete a un acto de fe… Un acto de fe… en el arte.

¡Ah! el arte, que solo puede tener valor, y razón de ser, si el artista es capaz de lanzarse libre al vacío, sin ataduras, en la búsqueda de lograr sus más íntimos anhelos, perseguir la consecución de su obra –sin condicionantes externos–, y cumplir un compromiso casi personal, consigo mismo y con los demás.