Charris
Español

Charris Hijo de la vanguardia.

2003

Navarro, Mariano

Muy posiblemente, la opción más “literaria”, entre las aquí reunidas, sea la que representa Ángel Mateo Charris (Cartagena, Murcia, 1962). He entrecomillado el término porque en su caso, y a mi modo de ver, no es la suya una sujección a la narrativa y mucho menos a la ilustración, por más que el texto podría ser de su mano o incluso no existir; no, su filiación es fiel a la libertad literal y de palabra generada por las vanguardias de las primeras décadas del siglo pasado. Charris se ha calificado a sí mismo de “hijo de la vanguardia del siglo XX”.

Resulta casi imposible establecer la nómina de referencias o relaciones que sostienen la obra de Charris: el nombre seguramente más repetido es Edward Hopper –Fernando Huici percibe una “consonancia espiritual de nuestro artista con el mundo hopperiano”–, pero casi con la misma incidencia cabría hablar de Giorgio de Chirico, de Caspar David Friedrich, de Giorgio Morandi, de Edward Ruscha y de Théodore Gericault, así como de Joaquín Sorolla y Joseph Beuys –representados en la pieza incluida en la muestra, Joseph Beuys en la Malvarrosa, 1992–, Joan Miró, Paul Klee, Joaquín Torres García, Stuart Davis, Salvador Dalí, Josep Renau, Henri Matisse, Vasili Kandinsky, Alex Katz, etc.

Pinta innumerables cuadros cuyo motivo es la nieve, porque “después de tanto esperar a Malevitch, decidí salir a su encuentro”, pero en la nieve comparten pista, junto a los suprematistas rusos, el valenciano Manuel Hernández Mompó, el holandés Piet Mondrian, el inglés Richard Long, el norteamericano Rockwell Kent o el belga René Magritte.

Su sistema de trabajo combina citas expresas, alusiones, yuxtaposiciones y analogías que si, por un lado, afirman su confianza en la capacidad introspectiva de la pintura, por otro, lo distancian vitalmente de la figura del artista heroico o del vanguardista osado.
La inclusión, por ejemplo, de un fragmento perfectamente reconocible de la lata Campbell warholiana en un paisaje de la huerta murciana, La casa de la sopa, 2000. Esa misma exposición incluía un cuadro, Un ruido secreto, también de 2000, en el que, bajo la homología duchampiana, reproduce las siglas de la cadena musical MTV; la imagen de Fontaine comparece también en el programático desfile triunfal de Parade, 1999, convertido en cometa volante, y como ruina o hallazgo arqueológico en Arqueológica, 1995.

Le dejeuner, un lienzo de gran formato de 2001, ofrece un menú que exhibe algunas de las preferencias del artista: “Omelette Vallotton. Omelette Hockney, Potage Basquiat, Scalope Haring...”, el local está decorado con versiones dibujadas de bocetos para Les demoiselles de Avignon de Picasso. A esa misma serie de piezas corresponde Cuentos negros para hombres blancos, del mismo año, una presumible habitación de hotel decorada con una escultura africana y una cabeza flotante de Picasso.

Irónicamente, Charris reclama la validez de una opción: la de la “metafísica de lo soso”. Pero su universo no se nutre unicamente de pintura. Igual importancia tienen los viajes (imaginarios o no), el exotismo, la música, los decorados cinematrográficos –Huici se refiere a Hitchcok, Calvo Serraller a Andrei Tarkovski– y cientos de iconos de la cultura popular. De Chirico comparte espacio, o mejor superficie, con las caricaturas de Tono publicadas en La Codorniz –la revista más audaz para el lector más inteligente.
Todo conduce a una declaración del propio Charris: “Artista soy, de dentro vengo”.