Fernando Huici
03.03.2025




Hace unos años Fernando Huici (para los más jóvenes: crítico de arte, comisario, escritor, editor, uno de los más grandes del paso del siglo XX al XXI, y amigo) decidió dar un paso al lado y convertirse, voluntariamente, en una nota a pie de página y, desde entonces, el mundo del arte español empezó a convertirse en algo menos divertido, más pequeño, menos aventurero y entrañable, menos interesante. Más de una generación de artistas españoles le debemos la formación y la carrera a titanes como él. Desde sus programas de televisión, escasos en la época, y que recibíamos como maná del cielo, el los que nos descubría a pioneros olvidados junto a Paloma Chamorro, María Escribano…) a sus críticas en los periódicos de la transición, sus comisariados e iniciativas, compartiendo batallas con Juan Manuel Bonet o Miguel Fernández Cid, como amigo de artistas, más fraternal que paternal, Fernando paseó su bigotón y su ironía llena de sabiduría por el mundo en el que se movió, llenando las sobremesas de historias e inteligencia desde el extremo más opuesto posible a la solemnidad y la pedantería. Y hoy, cuando el pasado se convierte definitivamente en piedra, diré que era grande, también de tamaño, pero era ligero, chispeante, como un pirata bueno o un explorador despistado. Le deseo un cielo como de interminable boda turca, con una sobremesa de las que nunca se acaban, de charlas con sus artistas favoritos, cazadores de imposibles, truhanes, entre ollas de mejillones, y mucha comida y bebida, mediterránea y gozosa, entrañable.
Fotos: Fernando Huici en uno de sus restaurantes favoritos de Bruselas y en la playa de Ostende, frente al cartel de una exposición sobre Tintín y el mar.