Solo la ciencia-ficción puede salvarnos
2023
López, José Óscar
El viaje a Marte, 2022. Óleo sobre lienzo. 75 x 100 cm.
1.
“Time present and time past are both perhaps present in time future”
T. S. Eliot
De la misma manera que hoy muchos miran con nostalgia hacia un pasado que nunca sucedió, otros lo hacemos, mirar con nostalgia, a un futuro que acaso nunca llegue. ¿Debiéramos mirar al futuro con ira, y no con nostalgia?
Pero la distopía no admite rebeliones ni ira, y hoy solo podemos imaginar el futuro como una distopía. Ese futuro que es ahora, que ya está sucediendo. Un futuro que ya no será futuro nunca más. ¿Se nos ha terminado definitivamente el futuro?
2.
“You hide behind a borrowed chase for the sake of future days”
Can, “Future Days”
Desde el Romanticismo, ha ido fraguándose para el arte una suerte de papel sustitutivo de la religión. En realidad, muchos pensadores han ido sospechando tal papel para otras disciplinas de nuestra vida social, a lo largo de la modernidad y la postmodernidad. John Gray, por ejemplo, lo ha analizado en el terreno de la política —el marxismo, el capitalismo, la democracia como nuevos mesianismos; cristianismos reloaded, actualizados—, en su libro Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía.
Y es que ya lo decían Lacan o Freud: todo lo obliterado, lo reprimido vuelve, a veces de manera secreta, oculta, con mucha más fuerza que antes. ¿Debiéramos des-reprimir, des-obliterar el sentimiento religioso con respecto a nuestra fe en el futuro? ¿Debiéramos fundar una especie de religión en torno a nuestra fe en el futuro?
Quiero decir, para recuperar alguna clase de fe en el futuro.
Alguna clase de fe en alguna clase de futuro.
3.
“Somos mucho más hábiles para fabricar distopías que para buscar utopías. Porque somos más hábiles para crear el infierno que para inventar el cielo.”
Margaret Atwood
Como digo, hoy solo podemos imaginar el futuro como una distopía. Pero no siempre fue así. Hace medio siglo, la escuela de Frankfurt reservaba para el arte lo que ellos llamaron utopía. ¿Tenemos tiempo ahora de elaborar una historia de la utopía? ¿Serviría de algo? ¿Serviría, por ejemplo, para entender cómo se ha urdido este futuro sin futuro, este bucle de presente perpetuo en que vivimos hoy atrapados?
En realidad, toda la historia del ser humano no es más que una larga y secreta historia de ciencia-ficción. El ser humano no es más que la ciencia-ficción con la que unos antiguos monos se soñaron a sí mismos.
Dios es un ser secreto de ciencia-ficción, que se hace realidad en nosotros, que va construyendo su lenta posibilidad de existencia en nosotros. Porque, como afirma el filósofo Quentin Meillasoux desde una tesis doctoral futura que no ha publicado todavía —es decir, que ella también se constituye en un futuro que aún no ha llegado, no ha nacido todavía—, Dios no es una realidad pasada y muerta, como afirmaba Nietzsche, sino una realidad futura, no nacida todavía.
Todo, todo nos viene del futuro. Todo nos será dado, entonces. Todo, desde allí, se nos sigue otorgando todavía. Desde el futuro.
Como se nos fue dado siempre. Como, por ejemplo, nos fue dado el lenguaje.
El lenguaje o la música.
El sonido y la imagen.
Todos ellos grandes formas, formas definitivas —y regalos, dones— de la ciencia-ficción.
“Waiting for the gift of sound and vision”, cantaba David Bowie. “Amo con frenesí las cosas en que se une el sonido a la luz”, escribía más de cien años antes Charles Baudelaire. “Alegrando la vista y el oído”, escribirá de nuevo, alguna vez, en un futuro y rutilante siglo XVI, Garcilaso de la Vega.
Desde el futuro de la especie.
El mañana del mono.
4.
“—¿Qué vamos a ver?—No lo sé, algo de luz
y de sonido”
Alphaville, Jean-Luc Godard
La historia de la pintura no es más que una larga y secreta historia de ciencia-ficción.
También la arquitectura, porque idea naves espaciales —literalmente espaciales— para nuestros largos, extraordinariamente largos, intergalácticos viajes por los abismos de nuestra cotidianeidad diminuta y, por tanto, cuántica, cósmica, universal —multiversal, si consideramos su multitud de habitaciones.
¿Desde dónde vivimos nuestra única y milagrosa vida?
Regresemos a la pintura. Velázquez hizo ciencia-ficción desde el momento en que situó al espectador futuro de sus cuadros, tal y como analizara Foucault, en el lugar del rey de España, el hombre más poderoso del universo humano de su tiempo. Claro que hizo también ciencia-ficción, con respecto a los códigos representativos de su tiempo, en cada uno de sus retratos: desde el papa Inocencio X o el conde Duque de Olivares hasta su freidora de huevos o sus mendigos.
Los pintores, sí, inventaban el mundo.
Un mundo inagotable de futura ciencia-ficción.
El pulp de principios de siglo XX —esa ciencia-ficción barata y para todos, esa vanguardia de kiosco— determinó la cultura popular y una iconicidad que, desde entonces, visitan —en la que vibran, en que devienen— muchos pintores con su obra. El regreso a la figuración fue un acto de pura ciencia-ficción, dado que nunca dejó de tener lugar. La gravedad de la estrella Duchamp —¿agujero negro Duchamp?— sigue siendo altamente fascinante, o sea irresistible; pero hasta Damien Hirst renuncia hoy al campo conceptual sin pintura, para volver a la pintura.
¿Qué pintan los pintores cuando la ciencia-ficción se ha hecho presente, uno perpetuo, inasible como el futuro que todo lo invade y todo lo permea y penetra para huir de nosotros y no llegar jamás?
Future delayed.
Ya Cervantes y Velázquez —pictura et poiesis— revelaron al mundo de su tiempo que se había quedado sin pasado. Lo malo es que tampoco tenía ya futuro.
Pienso en Cervantes o en Velázquez y me doy cuenta de que, en realidad, España ya sabía, cuatro siglos atrás, lo que era ser un mundo sin futuro.
Acaso fue por ello que Cervantes o Velázquez pudieron desarrollar obras con tanto, tanto futuro. Obras que, de hecho, fundarían a nivel planetario todo nuestro futuro.
Nuestro futuro que ya se va quedando, a nivel planetario, sin futuro.
5.
“Ser a mesma coisa de todos os modos possíveis ao mesmo tempo”
Álvaro de Campos / Fernando Pessoa
Hace tiempo que existe una suerte de algoritmo Charris, pero solo porque todo autor, todo creador genera un algoritmo; aquello que antes se llamaba una poética en un poeta, un estilo en un artista.
Y hoy todo deviene algoritmo, al menos de momento. Mientras todavía esperamos que la ciencia-ficción nos salve, es decir mientras aún no hemos sido efectivamente salvados; mientras aún no sabemos que acaso no sea la ciencia-ficción lo que puede salvarnos, porque acaso la ciencia-ficción no pueda ya salvarnos.
Charris tiene algo de maquínico en el momento en que Charris, como todo gran autor, se inscribe en un tiempo concreto y nos habla de él, de él y desde él. El arte generado por Charris, el arte al que llamamos Charris, observa el mundo mientras se inscribe en él; observa el mundo mientras él también, como todos nosotros, lo construye. Y el arte Charris lo hace, lo construye, desde lo que es propio del arte y la creación: desde la sensibilidad inteligente y, muy importante, desde el humor; el humor que permite la distancia desde/en el mismo interior de los sistemas, tal y como preconizase, en los albores de la modernidad, el algoritmo Cervantes, el algoritmo Don Quijote.
Ironía e inteligencia. Humanidad para contemplar la deshumanización —como llamase Ortega y Gasset al procedimiento de las vanguardias históricas— y lo que hoy llamamos posthumanidad. Automatismos de la tecnología, de los sistemas, frente a la humanidad de Don Quijote. La red que la tecnología nos brinda con el internet ha devenido enjambre, nos avisa el filósofo Franco “Bifo” Berardi, y Charris construye su propio enjambre paródico, inagotable, con sus continuos saltos temáticos, su fantasía inteligente, su ironía e inventiva, devolviendo a la pintura figurativa la inagotable narrativa de la que esta siempre gozó, durante la modernidad. Hace tiempo que la modernidad fue destruida, saltó en miles de pedazos; y Charris, con una hiperreferencialidad pareja a la del Quijote de Cervantes, rescata lo mejor de ella apostillando, anotando cada uno de esos miles de pedazos y conectándolos con los miles de fragmentos con los que hoy, en nuestro mundo de hiperimágenes, desde todos los flancos imaginables, somos bombardeados.
La ironía se salta los códigos. Así lo hicieron Cervantes y Velázquez, con respecto a los muy fuertes códigos preestablecidos de su tiempo, y así lo hace la obra de Charris, tan fuertemente narrativa, tan vinculada a la literatura, y a la vez tan irreductiblemente pictórica.
La obra de Charris ilustra como pocas la conjuntividad enfrentada a la conectividad de la que habla “Bifo” Berardi en su obra Fenomenología del fin: la fantasía y la libertad de conocimiento frente los signos predeterminados, programados. El verdadero arte siempre ha expresado lo no-dicho, y hoy más que nunca lo no-dicho se nos escapa, pues el diabólico sistema-enjambre que hemos construido así lo determina, “desentrenándonos”, como dice “Bifo” Berardi, en la sensibilidad. De esta forma, la verdadera máquina humana que debiera salvar nuestro futuro, frente a la máquina preestablecida, desde lo peor de nuestro pasado, condena nuestro futuro.
6.
“If all time is eternally present all time is unredeemable”
T. S. Eliot
Historia de una historia de (la) ciencia-ficción. Si la historia nos explica lo que sucedió, decía Aristóteles, la poesía, la creación —poiesis— nos muestra lo que pudo suceder.
¿Existe una poesía del futuro?
El espíritu de la ciencia-ficción del que hablaba Roberto Bolaño.
Una historia de la creación futura —pictura et poiesis futuras—, ¿no debiera comenzar por el futuro en vez de por el pasado, como comienzan todas las cronologías?
Estamos tan ansiosos de futuro que hemos llegado a inventar una forma nostálgica de futurismo: el retrofuturismo.
El cyberpunk, sobre todo, ha tenido especial fortuna en los últimos cuarenta años. Acaso porque ha sido el movimiento de ciencia-ficción que mejor ha descrito nuestro mundo actual. Acaso porque ha terminado por ser la ciencia-ficción menos ficción de todas.
Cyberpunk, steampunk, biopunk. No es extraño que las últimas corrientes más importantes de la ciencia-ficción contemporánea exhiban en sus denominaciones, como remate, el componente léxico “punk”. De todos es conocido el lema punk por antonomasia: “No future”.
¿Qué mejor lema que el de “No hay futuro”, para una literatura futurista que ya no cree en el futuro?
Que cree, en todo caso, en un futuro clausurado.
Porque no puede haber futuro en una línea temporal donde un presente hipertrofiado lo ocupa todo, lo invade todo. Un presente igual que unas arenas movedizas de las que no parece que podamos ya escapar.
Es curioso, por cierto, que el siglo XX comenzase con la euforia del futurismo y terminara con la rabia y la depresión del “no future” de los punks.
7.
“La búsqueda de la forma sería solo la búsqueda técnica del tiempo”
Paul Virilio
Historia de una historia de (la) ciencia-ficción: space opera, hard science-fiction, retrofuturismo, cyberpunk, steampunk, biopunk. Hemos llegado a construir toda una enciclopedia de futuros y ya se sabe que, cuando comenzamos a elaborar enciclopedias, es porque aquello que recogemos en ellas hace tiempo que está muerto.
La última etapa de la Antigua Grecia, por ejemplo, la era en la que todo el esplendor helénico comenzó a declinar y entrar en decadencia. La era de las recopilaciones y las imitaciones. La era de las clasificaciones y de las descreencias. Fue en esta era, precisamente, en la que vivió y escribió Luciano de Samósata.
El rastro del origen de la ciencia-ficción nos lleva hasta él —siglo II después de Cristo—, aunque el interés de su escritura se hallaba más en la sátira y el humor que en lo que, propiamente, hoy llamamos ciencia-ficción. Pero es un interés, en fin, muy contemporáneo. Así, en su relato “Viaje a la luna”, y parodiando a los escritores de viajes y sus excesos de invención, que en su época llegaban a caer en lo inverosímil y lo ridículo, el narrador describe la vida diaria de los supuestos habitantes de la Luna aunando lo fantástico con lo estrafalario, para a continuación añadir: “Y quien no se lo crea, no tiene más que ir allí y verlo”.
8.
“Escribo para mirar lo que no veo”
Luis Rodríguez
En realidad, es sabido que fue con Homero que todo comenzó. Un Homero que probablemente nunca existió como tal, sino que más bien se trató de un colectivo de poetas; puede que Homero constituyera, en fin, una identidad colectiva de poetas o, como diríamos hoy pensando en la ciencia-ficción —una ciencia-ficción que ya no es ciencia-ficción—, una identidad-enjambre.
Si digo que fue con Homero, en el siglo VIII antes de Cristo, que todo comenzó, no lo hago recordando aquel famoso pasaje de la Ilíada con la descripción del escudo de Aquiles, ejemplo fundador y clásico de la pictura et poiesis que podría sernos ahora de interés.
Quiero decir que todo comenzó con su Odisea. No solo porque Ulises debe reconquistar su identidad como Ulises —otro tema muy de ciencia-ficción contemporánea, es decir (otra vez), una ciencia-ficción que ya no es ciencia-ficción—: Ulises regresa de la guerra de Troya, pero deberá enfrentarse a múltiples adversidades antes de reconquistar su pasado —y por tanto su futuro— como padre de Telémaco, como marido de Penélope y como rey de la isla de Ítaca, de la que había estado ausente veinte años.
Sostener su arco, conseguir dispararlo y reconquistar así su identidad.
Pero todo esto ahora no es lo esencial. Lo esencial ahora con respecto a la Odisea, creo, es la carrera espacial del ser humano que no ha hecho más que empezar, desde hace unas muy pocas décadas —espoleadas por las guerras frías de Troya de la actualidad—. Es en este sentido que creo que una historia como la de Ulises tiene mucho futuro. Si es que se cumple esa posibilidad de futuro en la que la especie humana saltará de planeta en planeta y de estrella en estrella.
Lo soñaron Isaac Asimov y tantos otros autores del pasado. Lo soñaron Carl Sagan o Stephen Hawking. También Elon Musk o la India. China y el resto del planeta. Hace ya tiempo que el futuro es una marca registrada.
En realidad, la Odisea es la abuela de todas las novelas e historias de aventuras. Y alguna vez, ya lejos de los tiempos propensos a la distopía, la tensión social o la enfermedad mental, el futuro será plenamente restaurado. El futuro será de nuevo una gran aventura. Otra Odisea.
La viviremos a bordo de nuestras naves espaciales.
Y lo será, una aventura, una odisea, siquiera en forma de aventura leída por los futuros aedos de nuestras naves espaciales, es decir, por las inteligencias artificiales que van a acompañarnos allá donde vayamos. ¿Y qué mejor lectura podrían hacernos, que una Odisea de Homero eternamente actualizada? Para que en los largos, extraordinariamente largos trayectos espaciales a los que deberemos someternos no nos aburramos demasiado; para que nuestro aburrimiento inevitable no se transforme en accesos psicóticos o esquizofrénicos.
Aunque esa transformación también resulta inevitable. Y no tendremos más remedio que sortear una vez y otra vez las Escilas psicóticas y las Caribdis esquizofrénicas en que nosotros mismos nos habremos convertido.
Y llegaremos a lejanas cortes alienígenas. Y con gran hospitalidad, después de que seamos lavados, perfumados y vestidos, nos sentarán a sus alienígenas mesas. Y aedos alienígenas o IIAA alienígenas nos harán sollozar de emoción cuando oigamos de sus bocas y de sus versos musicales, en su música extraterrestre y fascinante, nuestra historia propia, nuestra propia Odisea con nuestros propios nombres, nuestros nombres propios.
¿Sucederá o no sucederá, ese contacto con civilizaciones alienígenas? De momento solo sabemos que vamos a seguir en contacto con nuestra propia civilización. De momento, solo sabemos que vamos a seguir sorteando nuestras propias Escilas —psicóticas—, nuestras propias Caribdis —esquizofrénicas—; aquellas que acompañarán a nuestra especie allá donde vayamos de forma inevitable; porque son/somos nosotros.
De momento, de ese viaje espacial, si no interestelar, solo sabemos que será una extensa, muy extensa novela de terror.
9.
“Adoro los países que nunca vimos porque nos obligaron a inventarlos”
Henrik Norbrandt
La primera novela de ciencia-ficción acreditada como tal es también una novela de terror. Frankenstein o el moderno Prometeo. No en vano su autora, Mary Shelley, era hija de una de las pioneras del feminismo anglosajón. Y es que la actual lectura feminista sitúa el corazón de la novela en el poder de dar la vida. Es un hombre, Victor, quien crea al monstruo, otro hombre. Y si a continuación Victor crea a una mujer es porque Victor, emulador de Dios, quiere darle una Eva a su Adán. Prometeo, Jehová: códigos masculinos de relato.
Pero, más allá de esta falla sísmica de género, fuera de este birlibirloque que el feminismo satiriza con justicia, el hombre y la mujer ya estuvieron siempre igualados como seres de ciencia-ficción. Desde que la vida es vida, toda reproducción y todo poder de dar vida fue ya ciencia-ficción.
Después de Frankenstein llegarán el positivismo y Edgar Allan Poe, la física cuántica y Howard P. Lovecraft: incluso la literatura pulp y sus aún más baratos y populares hijastros, los comic-books. Mientras, al otro lado del océano, el mundo civilizado se derrumba y Franz Kafka, distopía anterior a toda distopía, empezará a ejercer una muy sui generis y avant la lettre autoficción. Una suerte de autociencia-ficción.
Lo vieron tanto Franz Kafka, en la primera mitad del siglo XX, como Philip K. Dick en la segunda: la ciencia-ficción más poderosa comienza y termina en uno mismo. Y es que ambos mezclaban la ciencia-ficción con lo que hoy llamamos autoficción.
Es la autociencia-ficción. Aquella que hoy, todos los días, hacemos realidad cada uno de nosotros vertiéndonos en nuestros móviles y nuestros ordenadores, en una pantalla continua, inacabable; la de la gran cadena de montaje taylorista-fordista de las redes sociales; la del trabajo desterritorializado y reterritorializado en el teletrabajo con el que nuestra autoexplotación se perpetúa allá hacia donde vamos.
Una perpetua conexión, un presente perpetuo igual que una condena a cadena perpetua.
Un presente extendido a todos los futuros que una vez fueron posibles y que hoy se nos cierran justo delante de nosotros en su esfericidad perfecta, inaccesible.
Creemos tomar parte activa en la construcción de la realidad, cuando solo formamos parte pasiva de esa construcción.
Todos, hoy, somos parte del enjambre.
Ya solo nosotros mismos podremos salvarnos de nosotros mismos, alguna vez.
Alguna vez, en el futuro.
Fuente:
Catálogo "Futurama" de Charris.
Sala Verónicas, Murcia.